He perdido mi antiguo porvenir, y no me ha sido concedido uno nuevo: sólo floto en el presente. Mantengo una rara sensación de supervivencia, de náufrago rescatado, envuelto en una manta y tiritando; entre marineros borrachos que intentan renacerme, pasándose unos a otros la botella: intentando que acerque también mis labios hinchados, azulados, al gollete. ¿Quién va a renacerme? ¿Un grupo de muchachos descontentos, puros, insatisfechos? ¿Acaso sólo deseosos de vagas aventuras? Todas las juventudes aguardan la aventura de la vida; y algunos (como yo a sus años) pudimos planear una aventura de justicia, de coordinación, de responsabilidad. Hacer tabla rasa es un innato ideal juvenil. Pero yo estoy aún en la borda, y no he acercado mis labios a la botella: como si al fondo de mi conciencia clamase una voz: “¿Para qué se empeñan todos en hacerme resucitar?”. Déjenme solo, déjenme huir, a solas, de aquella casa, de esta puerta de ahora, ridiculamente pintada de rosa, con ángeles de yeso. ¿O no son ángeles? Son desgraciadas señoritas desnudas, que intentan despertar un clima erótico, bajo esa luz roja, esos espejos astutamente ladeados, esa mesilla con huellas de vasos. Hay aquí el eco de una agria borrachera que empieza a retirarse.
Ana María Matute, "La Trampa."