Su nueva amiga se presentó como Valya. Parecía ser una persona muy agradable. Pasaba tan poco tiempo conduciendo la nave y parecía prestar tan poca atención a los controles, que le preguntó sobre el curso que llevaban.
—Vamos hacia el Cerebro —replicó ella sencillamente—. Él nos guiará.
— ¿El Cerebro?
Valya le miró por un momento; después sonrió.
—Seguramente sabrás... ¡Oh, qué fantástico! ¿Nunca has oído hablar del Cerebro?
—No.
Durante los últimos diez siglos ha gobernado el mundo. ¿Viajan tan lentamente las noticias en la espesura?
—No me llegan muchas noticias. Vivo solo, ¿sabes? Cuéntame cosas de él.
— ¡Qué extraño! Nadie se lo creerá cuando lo cuente. El Cerebro es... Es una máquina que incluye todas las funciones de los seres humanos y les sobrepasa en la mayoría de ellas. Es totalmente imparcial y absolutamente infalible. Se le ha encargado del gobierno de nuestra civilización. Sólo bajo su guía hemos sido capaces de reducir las horas de trabajo de la humanidad a una hora por semana. ¡Piensa en eso, salvaje! Eres libre para vivir en nuestra ciudad, para disfrutar de todas sus comodidades, lujos y placeres como nunca te has imaginado, todo por el precio de una hora de fácil trabajo a la semana. Sé que dirás que hay otras ciudades, pero la nuestra es la residencia real del Cerebro. Las otras ciudades del mundo son meras estaciones controladas por él. ¿Seguramente preferirías vivir en el centro del mundo civilizado?
Un toque familiar recordó a Winters el viejo estilo de los vendedores de su propia época. No sabía cuál sería su propósito. No podía ni imaginarlo, pero una cosa era segura: había sido capturado, y ahora estaba siendo persuadido a vivir en una ciudad. Decidió que no diría nada absolutamente sobre sus propios asuntos hasta que pudiese enterarse de más cosas.
— ¿Dónde está tu ciudad? —preguntó.
—Media hora hacia el norte, al lado de las Grandes Cataratas.
—Pero ¿obedeces este cerebro te guste o no?
Advirtió una repentina mirada furtiva hacia el techo donde sobresalía una pequeña caja negra. La voz de su compañera tembló ligeramente al contestar:
—Ciertamente. El Gran Cerebro es infalible. ¿Quién querría actuar en forma contraria a la razón?