Era en verdad Inevitable

El viejo se detuvo junto a otro cadáver, con los ojos arrancados y las órbitas sangrantes—. [...] Y ahí detrás de ese arco está aún otro, un gran guerrero con su armadura. Y ahí…, y ahí… —señaló, señaló—. Y ahí…, y ahí…, como moscas aplastadas.

Volvió su acuosa mirada a Liane.

—Regresa, joven, regresa…, a menos que quieras que tu cuerpo yazca aquí envuelto en tu verde capa para pudrirse sobre estas piedras.

Liane extrajo su espada y la blandió.

—Soy Liane el Caminante; dejemos que me causen miedo. ¿Y dónde está el Lugar de los Susurros?

—Si quieres saberlo —dijo el viejo—, está al otro lado de ese obelisco roto. Pero ve por tu cuenta y riesgo.

—Soy Liane el Caminante. El peligro va conmigo.

El viejo se mantuvo inmóvil, como una estatua carcomida por el tiempo, mientras Liane proseguía su camino.

Y Liane se preguntó: supongamos que este viejo era un agente de Chun, y que en este momento está yendo a avisarle… Será mejor tomar todas las precauciones. Saltó sobre un alto entablamiento y corrió agachado de vuelta hacia donde había dejado al anciano.

Allí estaba, murmurando para sí mismo, inclinado sobre su bastón. Liane dejó caer un bloque de granito tan grande como su cabeza. Un golpe, un crujido, un jadeo…, y Liane prosiguió su camino.

Rebasó el obelisco roto y se halló en un amplio patio…, el Lugar de los Susurros. Directamente opuesto a él había un amplio salón, marcado por una columna inclinada con un enorme medallón negro, el signo de un fénix y un lagarto de dos cabezas.

Liane se mezcló con las sombras de una pared y aguardó atisbando como un lobo, alerta a cualquier indicio de movimiento.

[…] Se acercó al edificio por la parte de atrás y apretó el oído contra la piedra. Estaba muerta, sin vibración. Rodeó el lado…, observando arriba, abajo, a todas partes; una brecha en la pared. Liane miró dentro. Al fondo colgaba medio tapiz dorado. Por lo demás, la sala estaba vacía.

Liane miró hacia arriba, hacia abajo, a un lado, al otro. No había nada a la vista. Prosiguió rodeando el salón.

Llegó a otro lugar roto. Miró dentro. Al fondo colgaba el tapiz dorado. Nada más a derecha a izquierda, ningún sonido, nada visible.

Liane prosiguió hacia la parte frontal del salón y buscó bajo el alero; todo muerto como el polvo.

Tenía una clara vista de la estancia. Desnuda, yerma, excepto aquel trozo de tapiz dorado.

Liane entró, avanzando con largos pasos suaves. Se detuvo en mitad del salón. La luz llegaba hasta él desde todas partes excepto la pared del fondo. Había una docena de aberturas por las cuales huir, y ningún sonido excepto el apagado latir de su corazón.

Dio dos pasos hacia delante. El tapiz estaba casi al alcance de la yema de sus dedos.

Y detrás estaba Chun el Inevitable.

Liane gritó. Se volvió sobre piernas paralizadas, y eran de plomo, como las piernas de un sueño que se niegan a correr.

Chun se separó de la pared y avanzó. Sobre sus negros hombros relucientes llevaba una túnica de ojos engarzados con seda.

Liane estaba corriendo, a toda velocidad ahora. Saltaba, flotaba casi. Las puntas de sus pies apenas tocaban el suelo. Fuera de la sala, cruzando la plaza, atravesando la selva de estatuas rotas y columnas caídas. Y detrás estaba Chun, corriendo como un perro.

Liane aceleró a lo largo de la cresta de un muro y saltó una gran brecha hacia una fuente rota. Detrás de él llegó Chun.

Liane enfiló un estrecho callejón, trepó a una pila de escombros, a un tejado, bajó a un patio. Detrás llegó Chun.

Liane corrió a toda velocidad descendiendo una amplia avenida alineada con unos cuantos viejos cipreses atrofiados, y oyó a Chun muy cerca tras sus talones. Se volvió hacia el interior de una arcada, pasó su anillo de bronce por encima de su cabeza, lo bajó hasta sus pies. Saltó fuera, introdujo el anillo dentro de la oscuridad. Refugio. Estaba solo en un oscuro espacio mágico, desvanecido de la mirada y el conocimiento terrestres. Un cavilante silencio, un espacio muerto…

Sintió una agitación a sus espaldas, un suspiro del aire. Junto a su codo una voz dijo:

—Soy Chun el Inevitable

Fragmento de Liane el caminante, relato de Jack Vance incluido en Mazirian el mago (1950)