En este punto haremos un alto. Resulta curioso el modo en que en unas condiciones extremas se produjo una evolución tan decisiva. Ésta es una característica de la evolución, el caprichoso desarrollo del árbol filogenético. Y no es menos característico el que estos avances en condiciones extremas, en nuestro caso en pantanos desecados, tengan también más tarde efectos en direcciones completamente distintas.
El paso de la aleta de pez al pie del animal terrestre puede parecer dirigido, planificado por un voluntarioso creador. Sin embargo, si observamos con más atención, vemos la ausencia de dirección en todo el proceso. El punto de partida fue la aparición de un pulmón primitivo, una evaginación del intestino, una vejiga dotada de musculatura. Sin embargo, equipados con esta vejiga, algunos de estos peces conquistadores de la tierra regresaron de nuevo al mar. ¿Para respirar aire con ella? En modo alguno. Para ello disponían, como antes, de las branquias. No obstante, de pronto pudieron equilibrar el impulso ascendente. El pulmón primitivo se transformó en su caso en una vejiga natatoria. Con la ayuda de este nuevo órgano superaban, en ciertos aspectos, a los otros peces que habían permanecido en las aguas. Desplazaron y aniquilaron a muchas especies. Todos los peces óseos actuales proceden de aquellos peces pulmonados que, tras el contacto, en tiempos geológicos, con el mundo aéreo, regresaron a las aguas.
¿Un camino evolutivo premeditado? En realidad, no. Si en este proceso hubiese participado una fuerza creadora directora, un espíritu sabio, no habría sido necesario para la formación de la vejiga natatoria, que es una ventaja decisiva para los teleósteos, dar un rodeo a través del pulmón. Podemos objetar que lo único que cuenta es el ser humano, pero, como veremos, algunos de los órganos de importancia decisiva en el hombre aparecieron también mediante rodeos de este tipo, por ejemplo, algunas partes de nuestros órganos auditivos y del habla, es decir, órganos esenciales para la consecución del ser humano.
En el caso de los teleósteos, la evolución se produjo de la manera siguiente. A su retorno al mundo submarino, la vejiga natatoria recién adquirida les confirió importantes ventajas, las aletas pectorales y abdominales no tenían que dedicarse a gobernar los movimientos en dirección ascendente o descendente y de este modo pudieron convertirse en instrumentos de navegación muy perfeccionados. La trucha lo demuestra y aún más los delicados peces de los arrecifes coralinos. Con movimientos de gran precisión giran y orientan su cuerpo sin cambiar de posición, lo hacen avanzar o retroceder en las grietas más angostas. Durante el rito nupcial provocan sinfonías de perturbaciones del agua que excitan al compañero, que las percibe y comprende. Entre estos movimientos de las aletas y la mano humana tocando el piano no existe ni mucho menos un abismo tan profundo. Estas aletas, si bien no pueden agarrar ni construir herramientas, son capaces de crear música y acariciar a través de las ondulaciones del agua.
Hans Hass, "Del pez al hombre" (1994)