Sputnik 1 hizo que muchos sacaran la cabeza de la arena. Algunas personas en el poder, pues, perdieron la cabeza. Lyndon B. Johnson, entonces líder de la mayoría en el Senado, previno: "Pronto [los soviéticos] estarán lanzando bombas sobre nosotros desde el espacio como niños lanzando piedras a los coches desde un puente en la carretera". Otros estaban ansiosos por minimizar tanto las implicaciones geopolíticas del satélite como las capacidades de la URSS. El secretario de Estado John Foster Dulles escribió que la importancia del Sputnik 1 "no debe exagerarse", y racionalizó la falta de logros estadounidenses así: "Las sociedades despóticas que dominan las actividades y los recursos de su pueblo con frecuencia son capaces de producir logros espectaculares. Estos, sin embargo, no son prueba de que la libertad no sea el mejor camino".
El 5 de octubre, bajo el encabezado en la página 1 (junto a la cobertura dedicada a la epidemia de gripe en la ciudad de Nueva York y el pleito en Little Rock con el gobernador segregacionista Orval Fabus), el New York Times publicó un artículo que incluía lo siguiente:
Expertos militares han dicho que los satélites no tienen ninguna aplicación militar práctica en el futuro cercano... Su importancia real está en que darán a los científicos información importante acerca de la naturaleza del Sol, de la radiación cósmica, la interferencia solar en las ondas de radio y en otros fenómenos que producen estática.
¿Cómo? ¿Ninguna aplicación militar? ¿Satélites sólo para monitorizar el sol? Los estrategas detrás de las cámaras pensaban algo distinto. De acuerdo con el resumen de una reunión el 10 de octubre entre el presidente Eisenhower y su Consejo Nacional de Seguridad (National Security Council), Estados Unidos había "estado siempre al tanto de las implicaciones que tendría el lanzamiento del primer satélite terrestre para la Guerra Fría". Incluso los mejores aliados de Estados Unidos "precisaban la garantía de que no habían sido superados científica y militarmente por la URSS".
Eisenhower no tenía que preocuparse por los estadounidenses ordinarios. La mayoría seguía impasible. O quizá la campaña mediática había funcionado. En cualquier caso, la mayoría de operadores de radio amateur ignoraron los pitidos, muchos periódicos publicaron sus artículos sobre el satélite en la página tres o en la página cinco, y una encuesta de Gallup halló que el 60 por ciento de las personas encuestadas en Washington y Chicago anticipaba que sería Estados Unidos quien diera la próxima gran noticia en el espacio.
Los guerreros estadounidenses durante la Guerra Fría, ahora alertados del potencial militar del espacio, entendieron que el prestigio y el poder que Estados Unidos tenía después de la Segunda Guerra Mundial estaba siendo desafiado. En el curso de un año inyectaron dinero para enfocarlos a la educación científica, la educación de profesores universitarios y a investigaciones útiles para el ejército.
En 1947 la Comisión Presidencial para la Educación Superior (President`s Commission on Higher Education) había propuesto como meta que un tercio de los jóvenes estadounidenses se graduaran de un programa universitario de cuatro años. La Ley de Defensa Nacional de la Educación (National Defense Education Act) de 1958 fue un paso modesto pero decisivo en esta dirección. Ofreció préstamos estudiantiles de interés bajo para los estudiantes de licenciatura así como becas de tres años para varios miles de estudiantes de posgrado. El financiamiento para la Fundación Nacional de Ciencias (National Science Foundation) se triplicó justo después del Sputnik; para 1968, era doce veces más de lo que había sido antes del lanzamiento del Sputnik. La Ley Nacional de Aeronáutica y el Espacio (National Aeronautics and Space Act) de 1958 creó una nueva agencia completamente civil llamada la Agencia Nacional de Aeronáutica y el Espacio o NASA. Ese mismo año nació también la Agencia de Proyectos de Investigación de Defensa Avanzada o DARPA, por sus siglas en inglés.
Fragmento de Crónicas del espacio. Autor: Neil deGrasse Tyson