conómicamente la familia había progresado muchísimo cuando hubieron
ocurrido estos hechos. Papá Vicente se había valido de sus conocimientos
de para-médico y con el respaldo de un amigo médico se dedicaba a curar
enfermos, poner inyecciones y atender los alumbramientos de cuanto niño venía
a la vida dentro de la comunidad. Por aquellos tiempos ningún médico se atrevía
a venir a vivir alazona por lo cual él era el ángel que salvaba vidas y brindaba
salud a quienes se lo requerían.
Papá Vicente trabajaba muy duro, era usual que casi no durmiera pues la
demanda de sus pacientes era apabullante y por ello, con mis catorce años de
edad, me vi obligado a aprender a suturar heridas, aplicar inyecciones y asistir en
los partos que mi padre atendía. Muchas personas que actualmente bordean los
cuarenta años fueron niños que vinieron al mundo en mis manos.
Lamentablemente, lo acontecido con mi hermano Carlos Miguel me sumió en
una profunda depresión que me llevó a recluirme en mi dormitorio por espacio
de un año; abandoné los estudios por ese lapso, sólo salía de aquella habitación
para comer. Mientras comíamos, el silencio y la tristeza reinante eran tan densos
y pesados que los tres que quedábamos, a secas atinábamos a mirarnos con los
ojos llorosos.La comida me sabía a nada, los sabores se habían esfumado entre
el tiempo y las remembranzas inútiles e incapaces de reponer en la silla vacía la
presencia del cuarto miembro del clan. Luego de cada comida, los tres restantes
volvíamos a nuestra fantasmal soledad.
Fue por aquel entonces que comencé a desarrollar la peculiar habilidad de mentirme
a mi mismo y era tan convincente que hasta yo creía estar viviendo lo que en verdad
sólo eran mis fantasías. Esas auto-mentiras me llevaron a tener manifestaciones
un tanto esquizoides en las que recibía llamados y mensajes de fuerzas superiores.
Empecé a llenar mi dormitorio con dibujos y simbologías extrañas que solía ver entre mi
alucinante realidad alternativa que como un demencial arquitecto, iba construyendo
y edificando para guarecerme de ese inmenso dolor que me torturaba. Sentía que en
aquel universo tenía el poder de levitar, cerraba los ojos y automáticamente podía
impulsarme y dar trancos enormes que me inducían a flotar en el aire, mas cuando
el impulso decrecía, caía a tierra y una vez más esos saltos para retornar a mí estado
etéreo... Así pasaba el tiempo.
Al cabo de larguísimos meses decidí abandonar mi auto enclaustramiento;
tenía una larguísima cabellera y cada vezque me miraba al espejo advertía que
irradiaba un halo de luz celeste. Mi propósito, de allí en más, era salir al mundo
y sonreír, aparentar que en el mundo real, elmundo exterior,yo era feliz;si mis
padres me veían feliz,se contagiarían.
Quien atravesó el umbral de mi dormitorio aquella vez, fue un maníaco
depresivo que ocultaría su depresión de manera magistral de modo tal que serían
muy pocos los acuciosos que me dijeran“Siempre sonríes pero en tus ojos se nota
una tristeza muy grande” Aun así, quienes pudieron notar que mi placidez era
una farsa, reconocieron que era alguien con mucha luz y que poseía el poder de
alumbrar las vidas de muchos de los que me rodeaban.
En aquella época descubrí la prematura habilidad para dibujar que adquirí en mi
infancia y que esta podía ser empleada a modo de lenguaje para narrar todas las
vivencias que en mis mundos vislumbraba, esos que visualizaba cuando ingresaba
a mi universo alternativo que mi subconsciente me brindaba como vía de escape
de los demonios que pretendieron apoderarse de mi alma.
Ya era un demente con una amplia sonrisa ficticia capaz de contagiar su luz.
O. Mejìa, Arte y Cultura