A partir de lo acontecido esa mañana en que fui golpeado brutalmente, dar un paso me producía miedo, incluso pena pues pareciera que la vida había atado a mis pies un gran lastre que debía arrastrar pero debía hacerlo, no podía detenerme, no era mi esencia, no estaba en mis planes quedarme paralizado ante los obstáculos que ella me presentaba siendo yo un luchador incansable, un hombre que había padecido mucho para mi edad…No, yo debía, tenía que continuar la marcha aunque el destino final fuera el cadalso. No lograba comprender por qué, si me había despertado tan lúcido, los estragos del licor y las drogas que había consumido la noche anterior habían recrudecido de esa manera.
La caseta de la puerta principal estaba frente a mí, a unos setenta metros. El sol daba a mis espaldas por lo que delante mío, como un fantasmagórico heraldo, había una larga sombra que mi cuerpo proyectaba sobre la resplandeciente vereda.
Mis aprensiones cedieron lugar al éxtasis mientras observaba el jugueteo de mi sombra cuando de pronto una moto paró a mi costado al tiempo que oí una voz que me llamaba por mi segundo apellido, ese con el que todos me conocían.
-¡Chumpitaz, sube!
Era un sargento primero de mi cuartel. No pregunté para qué o por qué. Tal era la sensación de soledad y abatimiento que la cercanía de cualquier persona conocida me resultaba reconfortante; sin dudar un segundo subí a la moto y fui llevado a la comandancia donde noté un ajetreo inusual ni bien entramos.
Me hicieron ingresar a un pequeño auditorio donde estaban reunidos todos los oficiales, técnicos y suboficiales. El primero en acercarse a mí fue el Capitán con quien tenía más empatía, me abrazó delante de todos y me dijo:
-¿Sabes por qué te considero mi amigo? Porque estoy convencido de que eres “UN HOMBRE” y los hombres no mienten-De inmediato comprendí que me estaba condicionando a contarle lo ocurrido en el transcurso de la noche anterior. Si bien era muy joven, a mis dieciocho años ya tenía “mucha calle” y podía percibir cuando querían manipularme, pero accedí y asentí con un movimiento de cabeza.
-¿Estuviste fumando ayer, verdad?
-Sí- manifesté secamente.
-¿Con quiénes?
-Ya respondí con la verdad, pero soy “UN HOMBRE “y los hombres no delatamos…
El Capitán me alcanzó una hoja donde figuraban los siete nombres de quienes habían participado de la libertina sesión.
-¿Fue con ellos, cierto?
No recuerdo cómo sucedió, pero de repente me encontré mirando por un gran ventanal dando la espalda a los concurrentes, los ojos húmedos y un enorme vacío en el alma. El capitán se me acercó y con extremada delicadeza me quitó de las manos una banderita de Perú, de esas que se ponen sobre los escritorios, le había doblado el asta de alambre hasta formar un círculo con él; es el día de hoy que no consigo comprender cómo llegó a mis manos.
Giré y vi que por una puerta hacían ingresar a los siete implicados más dos reclutas. A continuación, un técnico leyó los hechos detalladamente, contando con pelos y señales los sucesos de aquella noche…
Según habían averiguado, los dos reclutas designados para cubrir un puesto de guardia fueron “seducidos” por un técnico enfermero que, todos lo sabíamos, era homosexual; el mariquita les suministró a los muchachos alcohol medicinal con bebida gaseosa y pastillas de Diazepán para inducirlos a tener sexo con él. Cuando el técnico se quedó dormido, los reclutas aprovecharon para robarle el reloj, dinero, alcohol y una importante cantidad de pastillas. Regresaron al cuartel con el botín y allí fueron interceptados por el sargento que yo encontré recostado en mi cama y que me invitó a ir a la cuadra del fondo. Previamente el grupo había asaltado la proveeduría robando gaseosas, frutas y panes que comimos.
En un cuartel es muy difícil ocultar evidencias como cáscaras y botellas por lo que todo quedó en el “taburete” de uno de los implicados hasta que consiguiéramos sacarlos y botarlos lejos de la vista de las autoridades mayores. Lamentablemente, mientras yo salía con la guardia de élite, paralelamente se descubrió el asalto a la proveeduría, fue entonces que se hizo formar a toda la tropa y se procedió a forzar los taburetes de quienes gozaban de fama de ladrones. De ese modo hallaron los desperdicios, botellas y los sobres de las píldoras. Emprendieron con los interrogatorios, fueron hilando informaciones y llegaron hasta mi participación.
Resultado final: Dar de baja como medida disciplinaria a los once involucrados, desde el técnico homosexual, los ocho que participamos de la reunión desenfrenada y los dos reclutas. Nuestro futuro ya estaba decidido, era cuestión de tiempo, sólo faltaba esperar la oficialización de la resolución ministerial.
Mientras tanto fuimos divididos en dos grupos de cinco cada uno y confinados en dos reducidas celdas de aproximadamente tres metros cuadrados, un recinto tan pequeño que debíamos dormir sentados en el piso.
Por aquellos tiempos habían llegado al cuartel dos jóvenes tenientes con sus uniformes recién estrenados: El Teniente Anduaga y el Teniente López. Este último, aprovechando un día que le tocó hacer guardia, vino a mi celda, me zarandeó de las solapas y rebuscó en cada uno de mis bolsillos, indudablemente con el único afán de humillarme pues ¿Qué podía hallar en los bolsillos de un reo? Luego de ello ordenó echar unos baldazos de agua al piso obligándonos a dormir aquella noche intercalando nuestra posición de pie y en cuclillas, alternadamente. A partir de ese momento, este cuadrúpedo uniformado no hizo otra cosa que hostigarme y declararme su gratuita enemistad. En otra ocasión en que también estaba de guardia, nos sacó de nuestras celdas para pasar “rancho”. Allí, con toda la tropa formada como si fueran su público, inició su puesta en escena. Comenzó dirigiéndose a nosotros, pavoneándose delante de los soldados.
-A ver, los castigados que deseen pasar “rancho” formen una fila a la derecha y a cambio recibirán un “baquetonazo” en el culo- dijo al tiempo que miraba de reojo a su “público”, posiblemente esperando aplausos.
El baquetón es una varilla de acero con la que se limpia el ánima (Parte interna del cañón) de las armas de fuego.
Inmediatamente, ocho castigados que estaban hambrientos, formaron una fila a la derecha. Acto seguido les dio de comer sin asestarles el baquetonazo que había acordado como costo. Ahora sólo quedábamos un cabo rebelde consuetudinario y yo. El cuadrúpedo con grado de teniente y de apellido López volvió a lanzar su necia oferta:
-Si desean comer hagan una fila a la derecha y a cambio recibirán un “baquetonazo”.
Como era de esperar, ninguno de los dos sediciosos nos movimos de nuestro lugar, desairándolo frente a toda la tropa. El cuadrúpedo Teniente López entró en ira descontrolada y dirigiéndose a mí exclamó:
-¡Hijo de puta! ¿Es que piensas quedarte sin comer?
El ambiente se había tornado una batalla de morales y yo era inquebrantable para ello. “A mi juego me llamaron” fue lo primero que pensé.
-Yo ya soy baja, pronto me iré a mi casa a comer comida de verdad, esta basura se la dejo para los que se tienen que quedar “pegados” aquí- dije haciendo clara alusión a que esos alimentos eran dignos de él pero no para mi.
Como un niño mimado que ha perdido el juego, el pobre López inició su berrinche dándome de baquetonazos en las piernas a la vez que gritaba:
-¡Maricón de mierda, lo que quieres es hacerte la víctima para después ir a quejarte sabe Dios ante quién!
Los baquetonazos me dolían pero no estaba dispuesto a ceder mi postura, seguro de estar ganándole la guerra psicológica que él había promovido… sólo faltaba mi remate.
-No eres nada como para hacerme sentir tu víctima.
Pasaron varios días y un domingo, el capitán de la compañía decidió dejarnos en libertad para bañarnos y practicar algo de deporte. Estaba duchándome cuando sentí un fuerte puntapié en el muslo, volteé y vi al cuadrúpedo Teniente López.
-Vístete inmediatamente que vamos a jugar fulbito- Me dijo.
-Hay un montón de castigados y retenes que quieren jugar ¡Yo no!- le refuté y salí de la ducha para dirigirme a mi taburete con el estúpido tras de mi. Todos los que se hallaban descansando, sabedores de nuestra antagónica posición, quedaron a la expectativa. Permanecí un instante mirando mi taburete y luego me volví hacia él violentamente.
-¿Sabes que eres poco rival para mi? ¿Sabes que si estuviéramos fuera de este cuartel te haría sentir lo hombre que soy? Te amparas en ese par de roñosos galones para disfrazarte de valiente pero tienes hijos y tal vez algún día ellos se tropiecen con otro cobarde abusivo como tú.
-En la calle sólo serás un delincuente de mierda y a mi no me asustas. Soy lo que soy aquí y en cualquier lugar, ruega tú para que nunca nos encontremos cara a cara en el camino- Dijo el muy imbécil pero no se atrevió a volver a ponerme una mano encima.
Cuando llegó el día de nuestra baja oficial eran las 11.00 p.m. Los diez expulsados estábamos en el auditorio cuando el irracional Teniente López se acercó a mí y me dijo:
-Revisé tu taburete y hallé libros, eso me ha hecho pensar que no eres un huevón más, lamento haberme equivocado contigo. Saldrán de aquí a las 00.00 horas y es posible que necesites esto para movilizarte- Extendió la mano sujetando un billete de cinco soles.
-Tú no eres mi amigo ni lo serás nunca ¿Por qué habría de recibir tu dinero? - Le dije y me fui a un costado dejándole con su billete en la mano extendida delante de mis compañeros expulsados y los demás oficiales.
Cuando llegué a casa encontré a mi padre con su pierna recuperada y a mi madre con mejor estado de salud. Ambos se habían vuelto vegetarianos y sometido a una cura naturista que estaba dando magníficos resultados. Les conté que había sido expulsado del ejército y sólo dijeron:
-Estabas sufriendo mucho allí, hijo- Jamás me preguntaron sobre los motivos de mi remoción.
BESO DE SANGUIJUELA
Todos escuchamos sus alaridos pese a que el extraño los hacía en silencio pues su boca fue cosida con alambre más aun así escupió su “bronca”.
Todos veíamos la venda de sus ojos y sin embargo pudimos percibir su mirada de fuego relamiendo nuestras pieles con su desprecio.
Al instante abrió sus alas pero no voló, simplemente levitó… Cuando desapareció entre las estrellas distinguimos el lugar donde estuvo posado -un charco azul relleno de penurias viscosas y en el centro una orquídea púrpura-.
He sido testigo de los últimos apocalipsis pero la cicatriz más grande que llevo en mi mente no es otra que la que me infirió el extraño con su partida.
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