Como se gesta un Demente (Novela autobiográfica) Cap. 11

Para entonces mi forma de expresión artística habíase tornado variada y dinámica: Dibujaba, pintaba, hacia esculturas, música, bosquejaba proyectos de obras futuras mientras culminaba las inconclusas; todo el tiempo estaba creando, siempre sublimizando a la mujer como dadora de sexualidad.

Esto, lejos de aplacar mis ímpetus me mantenía en una constante excitación que- al ser tan invasiva y casi incontrolable- por defecto natural fui canalizando hacia la práctica del deporte. Jugaba vóley, básquet, tenis de mesa, frontón y cuanto deporte tuviera como “vedette” un balón, pero fue el fútbol el que realmente me sirvió de válvula física por donde liberar mis sobrecargas de energía.

Recuerdo como si fuera hoy ese año que debuté en la liga amateur de fútbol de mi distrito defendiendo la camiseta de un equipo muy reputado y con mucha tradición por aquellos tiempos. Lamentablemente mi desempeño no fue muy auspicioso, pero estaba allí, y eso me dio prestigio como “pelotero”- se les llama así a los futbolistas que no son profesionales-. Supongo que de no haber llevado esa precoz vida disipada en la que me había sumergido, hubiera sido un deportista profesional pues tenía excelentes reflejos, agilidad mental para improvisar, era alto y con mucha fortaleza física pero mi organismo se hallaba contaminado de sustancias nocivas que desmedraban mi mente y mi espíritu, de por sí ya maltratados por mis traumas y mis extrañas percepciones, alejándome de la disciplina necesaria.

Pese a ello fui destacándome en el “fulbito”, variedad de fútbol que se juega en un espacio reducido en el que se enfrentan dos equipos con seis jugadores cada uno. Este deporte es muy difundido en el Perú y era frecuente ver en las calles competencias disputadas entre barrios rivales.

Tuve la suerte de contar entre mis contemporáneos una “troupe” de verdaderos magos con la pelota entre los pies; cual modernos gladiadores íbamos de barrio en barrio retando a cuanto equipo estuviera dispuesto a medirse con nosotros. En poco tiempo logramos hacernos tan conocidos y temidos que cada vez nos resultaba más difícil hallar rivales dispuestos a enfrentar el virtuosismo y atildado toque de nuestro juego. Realmente disfrutaba y me apasionaba mucho el diálogo que mi grupo y yo sosteníamos con la pelota. Entre mi filosofía barata figuraba: “Un hombre puede tener mucho dinero y mujeres a montones, pero si no ha pateado pelota, nunca ha sido completamente feliz”.

Lógicamente, siendo el fulbito un deporte tan viril y por demás violentos los lugares donde nos movíamos, no era raro que cada partido degenerara en verdaderas batallas campales fomentando mi fama de audaz peleador callejero.

Una tarde en que me encontraba sumido en la lectura de un libro, repentinamente escuché que alguien silbaba y me llamaba desesperadamente desde la calle; bajé las escaleras a toda prisa para ir al encuentro de quien gritaba con tanta urgencia; era un jovencito mucho menor que yo. Cuando estuve a su lado me dijo que uno de mis mejores amigos, a quien llamaré “Pechón”, le había reventado el labio inferior de un certero puntapié a un tipo con quien tuvo una riña sangrienta.

Estando en el barrio y reducto del agredido, cuatro de sus “compinches” fueron en su ayuda, razón por la cual Pechón se vio forzado a guarecerse en las instalaciones de un colegio donde se desarrollaba un campeonato de fulbito. Allí permaneció sin poder salir puesto que afuera lo esperaban los otros clamando venganza.

Enterado de los pormenores y conociendo la calaña de estos tipos, sólo atiné a coger unas tijeras, me las puse en el bolsillo trasero del jean y me dirigí muy resuelto al escenario de los hechos. Cuando llegué, los “aliados” que deseaban desagraviar al amigo, se retiraron de la puerta y se limitaron a mirarme de lejos, sabían que venía al rescate de mi camarada y no creyeron conveniente enfrentarse a mí. Entré al colegio y con autoridad casi paternal le dije a mi amigo:

 -Vámonos- Salimos del recinto, mi amigo detrás de mí y me acerqué desafiante hacia sus potenciales atacantes.

 - ¿Alguno de ustedes tiene algún problema con él? - Pregunté. Obviamente respondieron con negativas. Me sentí un león ante una jauría de hienas acobardadas y en la turbulencia de un mundo violento cometí el más craso error, tendría que haberme retirado inmediatamente, pero estimulado por mí estúpida soberbia emprendí el camino de retorno pasando por todo el barrio de los enemigos.

Cuando nos dimos cuenta, una turba venía corriendo hacia nosotros; me paré en seco y me coloqué en actitud defensiva, siempre con Pechón a mis espaldas. Al recibir y repartir los primeros golpes, advertí que el tipo del labio reventado pasaba blandiendo una cadena en pos de atacar a mi amigo. Pechón repelió el ataque a pedradas y se dio a la fuga en sentido contrario, hacia nuestro barrio mientras yo continuaba recibiendo y dando golpes a diestra y siniestra hasta que mi intuición me hizo volver la mirada para comprobar que el objeto del ataque con la cadena era yo. Levanté el brazo derecho con la intención de interceptar el golpe, pero la cadena dio una vuelta en mi antebrazo y la punta terminó estrellándose contra mi sien y mi ojo izquierdo haciéndome perder el conocimiento. Cuentan quienes fueron testigos de este suceso que cuando caí al piso ninguno de mis atacantes osó tocarme, simplemente optaron por alejarse y presurosos, ocultarse.

Aún hoy, pasados ya tantos años, Pechón y quienes estuvieron presentes aquel día, entre tertulias y vasos de cerveza suelen rememorar la vez en que el “Loco Oswaldo” se enfrentó a una horda en defensa de un amigo dejando en claro que era “Un Alfa de la manada”.

VERSOS EXTRAVIADOS

-Han puesto chasquidos de piedras, tintineo de monedas, voces de calumnias y mentiras en mi camino, intentando evitar que lleve a cabo la misión que se me encomendó: Entregar los mensajes que me dictó “EL GRANDE”.

-¡No te quejes, eres león! Ellos… simples hienas que ríen cuando no amerita risas. Envidian el brillo de tu luz, estigma de los diferentes…también tu mirada les asusta más tu ruido les perturba pues no lo comprenden.

-Pero… Soy el portador de un alarido que quizás no debió ser gritado todavía, no sé si tenga fuerzas para continuar mi rol de eco.

- Lo harás, lo harás… El camino que estás concibiendo con tu andar, en su momento servirá de piso para que los intolerantes de ahora retocen… El “SENDERO PARA VOCES MUDAS” ya tiene tus huellas.

-Déjame descansar.

-¡No, amigo mío! Debes levantarte ahora mismo y continuar; esas hienas quedaron atrás, pero aparecerán fieras y envidias nuevas.

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