Cuentan que en una institución especializada en niños autistas, en Inglaterra, encontraron que una de las internas, de 14 años, estaba especialmente inquieta. Pensaron que podía ser cosa de la edad, o quizás hormonal, y la hormonaron. En otros tiempos le hubieran dado bromuro o una ducha fría. Algo hemos mejorado.
Seguía inquieta.
Tras muchos exámenes, le dieron ansiolíticos, y su situación mejoró ligeramente, pero no llegó a corregirse del todo.
El problema no llegó a solucionarse hasta que, varios meses después, alguien descubrió que tenía una piedra en uno de los zapatos que le ponían a diario.
Así funcionan las cosas.
Sedados. James Davies