En la pequeña sala de espera contigua, varias mujeres y niños se agrupaban frente a otra ventana. Sankov retrocedió un poco para mirarlos. Habría preferido estar con ellos, para compartir su excitación y nerviosismo. É1 también había esperado más de un año. Como aquellas mujeres y aquellos niños, él también había pensado más de una vez que los astronautas debían de estar muertos.
¿Ven ustedes eso? dijo Sankov, señalando. ¡Eh!-gritó un periodista. !Una nave! Un confuso griterío se alzó en la sala contigua.
Más que una nave, parecía una mancha brillante parcialmente oculta por una nube blanca. Esta se hizo mayor hasta convertirse en una doble raya que se destacaba sobre el cielo, con los extremos inferiores doblados hacia arriba. Al acercarse, la mancha brillante del extremo superior adoptó una forma vagamente cilíndrica. Era áspera y rugosa, pero reflejaba la luz solar en rayos deslumbradores.
El cilindro descendió hasta el suelo con la pesada lentitud característica de las naves espaciales. Permaneció suspendido sobre los chorros que atronaban los ámbitos y se posó en el suelo como un hombre cansado que se tendiese en una poltrona. Entonces, el silencio se instaló en la cúpula. Mujeres y niños en una habitación, políticos y periodistas en la sala contigua, todos permanecieron quietos, mirando con incredulidad.
Los bordes de aterrizaje del cilindro, mucho más salientes que los chorros de popa, tocaron el suelo y se hundieron en el cenagal. La nave se inmovilizó y cesó la acción de los chorros. Pero en la cúpula continuaban en silencio. Aún tardaría en disiparse. Por los costados de la inmensa nave empezaron a bajar hombres, recorriendo los tres kilómetros que faltaban para llegar al suelo. Llevaban crampones en sus botas y piolets en la mano: parecían mosquitos sobre aquella superficie cegadora. Finalmente, uno de los reporteros pudo articular:
¿Qué... es eso?
Eso, repuso Sankov, con aplomo, es un trozo de materia que giraba alrededor de Saturno, formando parte de sus anillos. Nuestros astronautas le han colocado una cabina de mando y unas toberas, y lo han traído a casa. Parece que los anillos de Saturno están formados por hielo.
En medio de un silencio mortal, continuó explicando: Eso que parece una inmensa nave espacial no es más que una montaña de agua helada. Si la depositáramos sobre la Tierra se fundiría, o quizá se partiría bajo su propio peso. Pero Marte es más frío y su gravedad es menor; por tanto, no hay peligro de que eso ocurra. Una vez tengamos esto organizado, instalaremos depósitos en lunas de Saturno y Júpiter y en los asteroides, y enviaremos fragmentos de los anillos de Saturno a estas estaciones. Nuestros chatarreros realizan estas maniobras a la perfección. Tendremos toda el agua que nos haga falta. Ese fragmento que ven ustedes tiene poco menos de una milla cúbica... el equivalente del agua que la Tierra nos enviaría en doscientos años. Nuestros muchachos han consumido una pequeñísima parte en su viaje de regreso desde Saturno, en cinco semanas; o sea, unos cien millones de toneladas. Pero eso ni siquiera ha hecho mella en esa montaña de hielo. ¿Se dan cuenta, amigos?
Se volvió hacia los periodistas. Desde luego, estaban tomando nota.
Anoten también esto: la Tierra está preocupada por sus reservas de agua. Sólo tiene un millón y medio de billones de toneladas. Es natural que no pueda desprenderse de una gota. Escriban que nosotros, los marcianos, estamos muy preocupados por la madre Tierra y no queremos que les pase nada a aquellas gentes. Escriban que estamos dispuestos a vender agua a la Tierra. Escriban que se la venderemos por partidas de un millón de toneladas, a un precio razonable. Escriban que dentro de diez años se la podremos vender por partidas de una milla cúbica. Escriban que no hace falta que la Tierra siga preocupándose, pues Marte le venderá toda el agua que necesita y quiera.
A lo marciano (1952) - Isaac Asimov
PS: El pasado tres de Enero se cumplió el décimosexto aniversario de la llegada de la sonda Spirit a Marte