Hubo un tiempo en que los marcianos eran como nosotros, seres carnosos, provistos de esos maravillosos tentáculos que son nuestras extremidades. Cuando el planeta perdió su aura atmosférica y el frío vaho del universo penetró sin defensas a su superficie, la vida se fragmentó por el efecto cristalizante del frío, como si su corteza hubiese sido rociada por un chorro gigantesco de nitrógeno líquido.
Los sobrevivientes se movieron hacia el interior del planeta, huyendo del frío exterior, buscando el corazón de magna volcánica de su centro. Empezaron a horadar el suelo y a practicar grandes espacios vacios para poder establecerse, regulando la temperatura interna con vegetación y maquinaria, creando grandes lagos de vegetación y agua. El agua, congelada en su mayoría en la corteza, les goteaba en forma de lluvia escurridiza a través de las rocas, se evaporaba por efecto del calor y ascendía nuevamente hacia la corteza para congelarse de nuevo. De modo que los marcianos sobrevivientes están todos atrapados en el interior del planeta.
Entre las grietas, sin luz solar, sin el efecto centrifugo de la materia sobre la corteza, sin abundancia de alimentos, se hicieron los marcianos más pequeños, más económicos, boca pequeña y ojos grandes y córneos precisamente debido a la carencia de luz, para protegerse del entorno y atrapar la mayor cantidad de luminosidad. La afectación de sus sentidos propició el desarrollo de capacidades mentales, como la telepatía. Sin habla, se comunican, pues, mentalmente.
En la superficie del planeta hay el frío inconcebible y formas de vidas fragmentadas, como se dijo. Gusanos, bacterias, botones orgánicos vivos lidiando con temperaturas increíblemente gélidas (-100º). Salir significa morir en el acto; y encerrados bajo suelo, sin la libertad de experimentación a libre atmósfera, en desconexión con sus leyes químicas, físicas y gravitatorias, poco es lo que se puede hacer científicamente para escapar del planeta mediante artilugios. Los marcianos empezaron a convertirse en los seres blancuzcos de una noche eterna, vulnerables al sol.
Marte es como un huevo: cascarón por fuera, yema vital por dentro. Sus habitantes intraterrenos, por escasez de movimiento y necesidad de arrastrarse, han mermado sus extremidades y han empezado a reptar. Hechos pura onda cerebral, sus pensamientos hacen de manos. No están entre nosotros, no son esos seres reptilianos que los conspiracionistas han especulado; están allá, presos en su intramundo, esperándonos, discapacitados física y tecnológicamente para aflorar a la superficie, sabiendo que en algún momento iremos allá y ellos se vendrán con nosotros de alguna manera, soñando con la espesura abierta y líquida de nuestro planeta, tal vez con su posesión, como otrora poseyeron el suyo.
Oscar J. Camero