“Cuando era pequeña, el padre le enseñó a jugar al ajedrez. Le había llamado la atención un movimiento que recibe el nombre de enroque: el jugador cambia en una sola jugada la posición de dos figuras; pone la torre junto al rey y desplaza al rey hacia la esquina, al lado del sitio que ocupaba la torre.
Aquel movimiento le había gustado: el enemigo concentra todo su esfuerzo en amenazar al rey y éste de pronto desaparece ante sus ojos; se va a vivir a otra parte.
Soñaba toda su vida con ese movimiento y soñaba con él, tanto más cuanto más cansada estaba.
Milan kundera, “La inmortalidad” (1990)