En una calurosa noche de verano, un buey disfrutaba tranquilamente de un merecido descanso en su cuadra, cuando de pronto por una de las ventanas que dejó abierta para que entrara el aire, llegó revoloteando un pequeño mosquito.
Tan cansado estaba de revolotear de un lado para otro, que decidió posarse en el primer lugar que fuera capaz de encontrar. Quiso el destino que lo primero que se cruzara en su camino fueran los enormes cuernos del buey.
Tras recorrerlos desde la base hasta la punta y descansar sus cansadas alas, el mosquito emprendió de nuevo el vuelo, no sin antes preguntarle al animal si estaba feliz porque ya se marchaba y lo dejaba tranquilo sin su presencia.
Extrañado ante esta pregunta, el buey le contestó al mosquito:
-No estoy contento ni descontento con tu marcha, ya que hasta que no me has hablado, ni siquiera sabía que estabas ahí parado. Así que, si no he notado tu presencia, tampoco creo que me sea demasiado pesada tu ausencia.
Moraleja: "A veces no somos tan importantes como creemos."
Fábula de Esopo