A un lobo se le clavó en la garganta el hueso que había devorado; vencido por el intenso dolor, empezó a tentar a unos y a otros con un premio, para que le extrajeran la causa de su mal. Finalmente, la grulla se dejó persuadir por sus juramentos y, confiando la longitud de su cuello a la garganta del lobo, le aplicó una terapia arriesgada para ella misma. Al [10] reclamar el premio pactado a cambio de ésta, el lobo dijo: «Eres ingrata; has sacado la cabeza intacta de mi boca y todavía reclamas la paga.»
Esopo