Había una vez un hombre joven que estudiaba medicina con un maestro sufí, que era también médico. Después de algunos años bajo su tutela, le pidió un día:
- Maestro, cuando se presente el próximo paciente, te lo ruego, deja que yo le atienda. ¡Me gustaría ponerme a prueba!
- Pienso que no estás listo todavía, – respondió el maestro – pero hagamos una prueba. Te dejaré hacer, y veremos lo que pasa.
Poco tiempo después, estaban sentados delante de la casa, cuando un hombre se aproximó. El maestro dijo inmediatamente a su discípulo:
- Este hombre está visiblemente enfermo.
El discípulo miró a su maestro con aire sorprendido.
- ¿Cómo lo sabes?
- Fíjate en su cara y en el tizne de su piel – continuó el maestro –, necesita granadas para sanar.
Cuando el hombre estuvo frente a ellos, el estudiante se puso en pie y se dirigió a él con estas palabras:
- ¡Estás enfermo!
- ¡Claro! – respondió el otro –. Eso ya lo sabía. ¿Por qué piensa si no que vengo a ver al doctor?
- Necesitas comer granadas – ordenó el joven.
El hombre expresó su desconcierto.
- ¡Granadas! ¿Y por qué granadas? ¿Es eso todo lo que tiene que decirme? Hace semanas que no me encuentro bien.
Y se fue, decepcionado.
El joven se volvió hacia el maestro:
- ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que he hecho mal?
El maestro sonrió con dulzura.
- Espera a que se presente un caso similar y te lo mostraré.
Al día siguiente estaban los dos sentados en la entrada cuando vieron a otro hombre acercarse hacia ellos.
- ¡Déjame hacer! Vas a comprender el problema – dijo el maestro –, ya que resulta que este hombre también necesita granadas.
El maestro comenzó por hacer entrar al enfermo y le hizo sentar. Después le pidió que se desvistiera y le examinó largamente. Finalmente, le hizo varias preguntas, más o menos triviales.
- Sí, sí, ya veo… Su caso es muy interesante, ¡y bastante raro de hecho! Y observo que sufre. Déjeme reflexionar un poco… Lo que está indicado en este tipo de casos, es un remedio natural, con seguridad. ¡Veamos! Una fruta, quizá… Con muchas pepitas… ¿Limón? No, corremos el riesgo de que sea demasiado ácido para usted, y malo para su estómago. Vamos a ver… ¡Ah! ¡Ya lo tengo! Granadas. ¡Es exactamente lo que usted necesita! Granadas.
El doctor mantenía a la vez la mirada sobre el paciente, como si acabara de hacer un gran descubrimiento.
El enfermo, muy satisfecho, le expresó todo su agradecimiento, le pagó, y volvió a su casa lleno de alegría.
El joven, molesto, dijo entonces:
- ¡No entiendo nada! No veo ninguna diferencia. Es exactamente lo mismo que dije ayer al otro enfermo: ¡que necesitaba granadas!
- Es cierto, pero mira, estos dos hombres, más que granadas, lo que necesitaban era tiempo.
Cuento sufí
Reflexión: ¿El saber es un poder en sí mismo?