Un día un familiar del rey Salomón se presenta en palacio y solicita una audiencia con toda urgencia.
Cuando el hombre llega frente al trono del rey, el monarca nota su semblante pálido, sus labios azulados, su aliento entrecortado, y pregunta:
- ¡No tienes buen aspecto! ¿Qué te pasa?
- ¡Es horrible! Esta mañana estaba en el mercado cuando en medio de la multitud he reconocido a Azrael, el ángel de la muerte. Cuando se ha dado cuenta de que le observaba, me ha lanzado una mirada espeluznante, llena de cólera. No sé por qué, pero está furioso conmigo.
- Te entiendo, pero ¿qué quieres que haga? Es el ángel más poderoso de todos.
- ¡Te lo suplico, oh gran rey! ¡Tú que eres poderoso! ¡Ayúdame!
- Te digo que no puedo hacer nada contra él. ¿En qué modo podría ayudarte?
- Tú que dominas los elementos, pide al mayor de todos los vientos que me lleve lejos de aquí, muy lejos, hasta la India. ¡Por mi salud y la de mi alma!
El rey cede y ruega al más grande de todos los vientos que lleve al desdichado hasta la India, a donde llega ese mismo día.
Algo más tarde, el ángel Azrael, que estaba todavía en esta misma ciudad, rinde visita al Gran Rey.
Este último, curioso por saber más, no puede evitar interrogar al ángel. Tras contarle lo sucedido le pregunta:
- ¿Por qué estabas encolerizado con ese hombre? Es sin embargo una persona piadosa y devota. Pero le has asustado de tal modo que ha dejado el país precipitadamente.
Azrael responde:
- ¡Nada de eso! No estaba enfadado con él, no lo ha entendido. Es más bien con una inmensa sorpresa que le he mirado. En efecto, Dios me había ordenado irle a buscar porque su tiempo había llegado. Pero es en la India, mañana, donde debo tomar su vida. Por eso me he sorprendido de tal modo. Me he preguntado: “¿Cómo puede estar aquí hoy y en India mañana? Este hombre debe verdaderamente tener alas para desplazarse tan rápidamente”.
Sabiduría de los cuentos sufíes, Oscar Brenifier e Isabelle Millon