En un castillo se estaba celebrando el cumpleaños del rey, y entre todos los regalos que le llegaron, había uno que destacaba sobre los demás por su belleza y valor.
Un rico comerciante le había regalado 100 tazas de porcelana con incrustaciones de oro y diamantes.
El rey, nada más verlas, decidió que ese tesoro debía estar en uno de sus mejores palacios.
Pero pensó que también necesitaría a alguien para que las vigilara y cuidara, por eso buscó entre todos sus cortesanos a la persona más responsable y cuidadosa para poder realizar aquel trabajo.
Finalmente, entre todos los voluntarios que se presentaron, eligió a quién creyó que podía hacerlo mejor.
-Muchas gracias, su majestad, por haber confiado en mí para esta tarea -le contestó el voluntario.
-Espero que hagas tu trabajo de forma ejemplar -le respondió el rey-. Tendrás que cuidar las tazas: limpiarlas todos los días, colocarlas en su sitio... eso sí, ¡ay de ti si se te rompe alguna! Si se te rompe una taza lo pagarás con tu vida, te cortaré la cabeza.
Todo el mundo se quedó en silencio, y el voluntario se metió en el palacio dispuesto a cuidar de las tazas.
Pasaron las semanas y parecía que todo iba bien. Hasta que un día, al cuidador, sin querer, se le cayó una taza al suelo y se rompió.
El rey, al enterarse, mandó que le cortaran la cabeza, y de nuevo volvió a buscar a algún voluntario para cuidar de aquellas tazas, aunque esta vez se presentaron muchos menos.
Tras varias deliberaciones eligió a otro candidato. Y de nuevo le dio las mismas instrucciones: como se te rompa una taza lo pagarás con tu vida, te cortaré la cabeza.
Pasaron semanas, meses... pero un día, el cuidador, sin querer, se tropezó al coger una taza, con tan mala suerte que esta se le resbaló y se estrelló contra el suelo.
El rey, al enterarse de lo sucedido, mandó que le cortasen la cabeza.
Y de nuevo buscó voluntarios, pero esta vez no se presentó nadie.
-¿Qué? ¿Entonces nadie quiere cuidar las tazas? En ese caso, si no hay voluntarios, ¡seré yo quien lo elija! -exclamó delante de toda la sala.
Los allí presentes comenzaron a temblar de miedo hasta que un anciano situado en un rincón de la sala habló.
-Yo, yo me encargaré de cuidar las tazas -dijo mientras se levantaba.
-¿Tú...? -contestó sorprendido el rey- Pero si has sido mi consejero durante años y también lo fuiste de mi padre, además ya tienes una edad considerable.
-Por eso mismo -contestó-, estoy a punto de cumplir los 90 años y ya tengo poco que perder.
-Pero no, tú no -protestó el rey.
-Insisto -dijo de nuevo el anciano mientras se acercaba al rey cojeando y con sus brazos temblorosos.
Al verlo, todos pensaron que ese pobre hombre en cuanto cogiera una taza se le caería al suelo, pues apenas podía sostenerse él mismo con el bastón.
-Pero tú... -insistía el rey.
-Yo, sí, yo -insistía también el anciano.
-Está bien, pasa al palacio.
Todos se quedaron expectantes mientras el anciano subía lentamente las escaleras.
Y en ese momento, en cuanto se situó frente al tesoro, cogió el bastón que llevaba, lo levantó y comenzó a golpear con fuerza las tazas ante la atónita mirada de todos los allí presentes. Las empujaba, las tiraba al suelo... hasta que finalmente no quedó ni una de ellas entera.
El rey, enfurecido, se acercó.
-Pero, ¡¿qué has hecho, insensato?!, acaso te has vuelto loco, ¡¿qué has hecho?!
-Acabo de salvar 98 vidas -respondió.
Cuento hindú