Nada duele, envenena y enferma más que la decepción.
Porque la decepción es un dolor que procede siempre de una esperanza que se desvaneció, una derrota que nace siempre de una confianza traicionada, desde alguien o algo en lo que creíamos.
Y al sufrirla te sientes engañado, burlado, humillado. La víctima de una injusticia que no te esperabas, de un fracaso que no merecías.
Te sientes también ofendido, ridículo, por lo que a veces buscas la venganza. Elección que puede dar un poco de alivio, seamos realistas, pero que rara vez se acompaña de alegría y que a menudo cuesta más que el perdón.