Empiezo con una obviedad: Pedro Sánchez y Milei se tienen tirria. Incompatibilidad de caracteres, supongo, o de ideologías. Ellos sabrán. El caso es que no pierden ocasión de buscarse las vueltas con cualquier excusa. Peor aún: involucran a los suyos en batallas populistas sin futuro.
El antepenúltimo ataque tiene sello de la Moncloa. Oscar Puente, ministro de bastos del gobierno de Sánchez, tachó de “drogata” al presidente argentino en un coloquio sobre comunicación y redes sociales. ¿Un calentón? La lindeza suena, más bien, a estrategia de confrontación salpimentada con una buena pizca de inquina. En cualquier caso, en la Casa Rosada tomaron nota de este desprecio y de algunos otros anteriores: arrieritos somos. La revancha se presentó con ocasión de un aquelarre organizado por VOX en la parte de acá del globo. Milei tomó el avión, cruzó el charco, que se le hizo chiquito pensando en el desquite, y subió al estrado con el memorial de agravios bulléndole en la sesera. Tenía intención de liarla y la lió parda. Olvidándose de la etiqueta a la que se debe un mandatario de su rango, devolvió las anteriores cortesías de nuestro Gobierno llamando «mujer corrupta» a la santa del presidente. La respuesta del gobierno español, que acusa cierta histeria cuando pierde la hegemonía del insulto, no tardó en llegar. El ministro de Exteriores dictó la retirada de nuestro embajador en Argentina en tiempo récord; sin contemplaciones. Para entonces, sin embargo, Milei ya le había tomado el gusto a medirse en la gresca con un gobierno de zurdos, que diría él. Y en eso sigue.
Milei y Sánchez son dos tipos que han nacido para la confrontación. Por avatares del destino imposibles de desentrañar, ambos han coincidido en este primer cuarto del siglo XXI para tenérselas tiesas. ¿Mala voluntad de los dioses o una conjunción planetaria picada por el morbo? Quien sabe. Sin embargo, por mucha tremolina que organicen desde Moncloa, o desde la Casa Rosada, a cuenta de los exabruptos del gil de turno, nada oscurece la evidencia de que, tanto Sánchez como Milei, son almas gemelas que viven y se alimentan de la tensión entre los polos. Ninguno de los dos entiende esa política de matices y medias tintas donde se forjan acuerdos con vocación integradora. Por el contrario, uno y otro ejercen un maniqueísmo vicioso en el que los rivales, reunidos bajo la misma categoría del mal -ultraderecha o socialismo, según quien hable-, no merecen la mínima consideración. La cosa, pues, según su perspectiva, se reduce a resolver una sola cuestión: conmigo o contra mí; blanco o negro. Punto y sanseacabó. Las complejidades, dentro de semejante desquicie, constituyen anatema; mandangas de flojos y tibios que carecen del coraje para enfrentarse a la Bestia. Sin embargo, pese a los gestos de repulsa que tanto Milei como Sánchez se dedican en público, en privado no dejan de echarse en falta. Aunque no lo digan, o lo nieguen con la boca chica, en el fondo, muy en el fondo, están encantados de haberse conocido. ¿La razón?: ambos saben que su némesis los engrandece como líderes alfa de sus respectivas militancias.
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