En los últimos meses tengo la impresión de que le están subiendo la temperatura al agua de la cazuela para hervirnos cuando convenga. Y no. No podemos aceptar semejante cosa. Las razones son muchas, y hay que recordarlas:
La primera, porque es fundamental repetir estas cosas, es porque no vale la pena mandar chavales a morir a una guerra que ni empezamos ni nos interesa. Porque es de locos. Porque es un acto criminal. Porque es mejor degollar a nuestros políticos si se les ocurre una cosa así que ir al frente o ver cómo mandan a los nuestros.
En segundo lugar, porque no nos interesa nada que nos puedan tomar la medida. ¿Qué pasa si perdemos? No es descabellado, por muchas razones. ¿Y qué ocurriría luego? ¿O es que estamos seguros de que si la OTAN se presenta en Ucrania vamos a ganar esa guerra?
En tercer lugar, porque las implicaciones políticas de enviar tropas sobre el terreno serían tan graves que podrían degenerar en graves desestabilizaciones en nuestros países. Esas cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Y esta no iba a terminar bien.
En cuarto lugar, porque sería un paso sin salida que conduciría a un conflicto mayor en el que tenemos mucho que perder y casi nada que ganar. Si a Putin le diese la ventolera de seguir avanzando una vez que conquistase Ucrania (caso hipotético), habría que ver cómo se detiene eso. Pero no antes.
Y por último, en quinto lugar, pero no menos importante, porque enviar tropas sería un acto de soberbia absolutamente irracional. Los ucranianos necesitan armas, no soldados. Nuestros soldados no son mejores que los suyos, ni más valientes, ni van a estar más motivados. De verdad que los nuestros no se van a batir con más arrojo y más audacia de lo que ya lo están haciendo los ucrananos. Pensar otra cosa es de engreídos y de atontados.
No. Ni de coña debemos mandar tropas.