Cuando Francisco de Goya compró la casa de campo conocida como Quinta del Sordo ya se merecía un lugar entre los más grandes de la historia del arte. A sus setenta y tres años había retratado a la realeza con más agudeza de la que ellos hubieran deseado, dio cuerpo con un estilo único a toda clase de escenas llenas de vivacidad, desde aquelarres a asaltos de bandoleros, y había contemplado horrorizado como la invasión napoleónica, que prometía traer a España la modernidad que tanto anhelaba, terminó desatando una violencia de la que solo sus pi