Hasta el principio de la semana pasada la joven Sara Mardini, siria y de 23 años, era una heroína sin mancha, la protagonista de una de las historias más conmovedoras de la larga crisis de refugiados y un faro moral entre tanto racismo enmascarado. Pero hace apenas siete días todo cambió: se convirtió para la policía griega en acusada, nada menos, de traficar con personas, ser miembro de una organización criminal, espionaje y lavado de dinero. Y de un plumazo se encontró detenida en una cárcel de máxima seguridad en Atenas.