Amalia y Charo salen cada tarde al mismo banco para tomar el fresco y pasar el rato. Juntas suman más de 160 años y han visto cómo su pueblo, Villoslada de Cameros, en el norte de España, se ha ido quedando sin gente. "El pueblo está casi vacío", me dicen mientras, a lo lejos, se oyen los cencerros de las vacas, el único ruido a las 6 de la tarde. Los primeros que migraron se fueron en los años posteriores a la Guerra Civil española, sobre todo a Chile; después, como le pasó a Charo, a Madrid. Todos en busca de mejores oportunidades.