Miguel Torres no tiene pinta de revolucionario ni de ‘hippy’. Más bien parece un profesor universitario con sus canas, sus modales pausados y el tono didáctico que imprime a su discurso. Su casa, un chalé adosado de la urbanización Balcón de Olletas, no tiene nada fuera de lo común. Aparentemente. Porque el hogar que este ingeniero técnico industrial comparte con su mujer y sus dos hijos se ha convertido en uno de los primeros ejemplos de disidencia energética en Málaga.