La tendencia popular a sustituir la reflexión filosófica por los mitos y la sofistería de los vendedores de felicidad es más o menos habitual, quizás inevitable, sobre todo en épocas de crisis, confusión y relativismo. Lo que no es tan normal es que estas tendencias populares trasciendan, como ocurre ahora, a los planes de estudio, a los cursos para profesores, o a la formación de políticos y profesionales con responsabilidades publicas.