A veces me pregunto cómo pude creerme las mentiras del nacionalismo en algún momento de mi adolescencia intelectual. Los ingredientes del cóctel nacionalista son conocidos (victimismo, insolidaridad, mentiras históricas, supremacismo, xenofobia) pero me conozco y ninguno de ellos tiene el menor atractivo para mí. Debió de ser otra cosa. Moralmente, el nacionalismo es beato y gazmoño. Filosóficamente, premoderno y naturalista. Culturalmente, localista y folclórico, que es la forma gentil de decir provinciano.