Para entender por qué motivo un responsable institucional jalea, anima y aplaude los episodios de violencia callejera, basta entender que la considera una inversión de la que aspira sacar provecho político. No hay más preguntas, señoría. Puede armarse, para disimularlo, un discurso trufado de las mejores intenciones y el pastel puede coronarse con las cerezas más apetitosas. Pero lo principal, lo que verdaderamente empuja a nuestros políticos a situarse más cerca del vándalo que del ciudadano es la tajada que espera sacar de ello.