Ernesto Guevara, el argentino que ha cautivado a cineastas, escritores y periodistas, no atraviesa un buen momento. Poco importa si su rostro sigue reproduciéndose en infinidad de camisetas, banderas o ceniceros en todo el planeta, porque su mito se destiñe en la medida en que se conoce más al personaje que realmente fue. La verdad sale a flote mientras él se hunde.