En los pasillos del Capitolio en Hartford, Connecticut, hay un puñado de grupos de interés que nadie quiere encontrarse al hablar de legislación. Son los culpables de algunas de las leyes y regulaciones más inexplicables del estado, y se distinguen por estar bien financiados, contratar lobistas caros y competentes, tener afiliados que responden de inmediato cuando les llaman, y son capaces de poner una presión tremenda contra cualquier legislador, por tozudo que sea. El peor de todos ellos es, de muy lejos, la Connecticut (...)