Salen las primeras pacientes. “Ha matado a un bebé, usted ha matado a un bebé…”, es entonces el reproche. Un pasillo de paraguas protege su salida hasta la casa o hasta el coche. Pasado el mediodía ya ha acabado todo. La policía se va. Los manifestantes hacen lo propio, aunque luego aparece una nueva mujer, se arrodilla y empieza rezar. Lo que ocurre los viernes en ese centro puede ser delito dentro de seis meses, si entra en vigor la ley que el Estado sureño aprobó el pasado martes, que prohíbe terminantemente el aborto sin excepciones.