Por entendernos, lo que ahora me preocupa no es convencerle a usted, lector, de que diga “portavozas” o de que apoye la incorporación de un cierto lenguaje inclusivo en el Diccionario de la Lengua Española. Lo que ahora pretendo es combatir el rechazo (“Del lenguaje inclusivo no quiero ni hablar”), a veces violento, primario e instintivo, carente de toda modestia, que a veces todos mostramos para evitar debatir sobre determinados asuntos, porque su discusión nos resulta irritante.