Fue un proceso lento. Primero llegó Björk. Después la fama mundial de Sigur Rós. Más tarde habladurías sobre elfos. A eso siguieron los reportajes, llenos de fotos de montañas, glaciares y orondos barbudos sonrientes, que describían asombrados aquel rincón aislado de la Tierra como “el país más feliz del mundo”. Finalmente, la crisis y su sorprendente respuesta. Y con ese giro, Islandia entró definitivamente en el imaginario global. El anonimato se había acabado para siempre.