Cuando visité Turkmenistán hace siete años, era sorprendente lo poco temerosos que eran los locales para hablar con la prensa extranjera. En ese entonces, elogiaban al gobierno por el gas y los suministros eléctricos gratuitos, y el combustible y los alimentos baratos. Me recordó lo que aprendí en mi clase de teoría política sobre los contratos sociales: el Estado provee beneficios económicos y a cambio los ciudadanos no cuestionan al Estado. Hoy la sensación es que ese acuerdo no está funcionando del todo.