La Asamblea Nacional venezolana, dominada por una mayoría opositora que se había declarado en desacato frente al régimen de Maduro, tenía los días contados. Después del 30 de julio, cuando se llevaron a cabo las elecciones para escoger a las personas que se encargarán de reescribir la Constitución de Venezuela, era claro que el nuevo organismo, con facultades extraordinarias y compuesto por las figuras más leales del chavismo, se encargaría de allanar el camino para garantizar la supervivencia de la Revolución Bolivariana.