Llega a Twitter en el momento más delicado de imagen, a exponerse en la red social menos regulada. Un desastre en ciernes. La red es una auditora feroz, capaz de dilapidar el prestigio de cualquiera en segundos, y hay que abordarla con prudencia. Como en otros ámbitos, hay canales que se adaptan mejor a unos mensajes que a otros. Cada día nos encontramos con el caso de un individuo popular que, incapaz de calibrar el alcance de sus palabras, se echa por encima un cubo de mierda virtual.