Un gigante que no solo era un árbol: era memoria, era tiempo, era vida. Pero en lugar de honrarlo, lo reducimos a un adorno pasajero. Doscientos años respirando por nosotros, purificando el aire y sosteniendo la vida... Y ahora, solo será parte de una tradición que dura unas pocas semanas. ¿En qué momento dejamos de ver la vida que hay en un árbol para enfocarnos solo en las luces que lo decoran? El mundo no necesita más adornos ni más símbolos vacíos. Necesita que recordemos que la verdadera Navidad está en la conexión, no en la destrucción.