A finales de los 80 y durante buena parte de los 90, la creación de sistemas anti-copia era un arte en sí mismo. A veces se usaban decodificadores como ruletas o láminas que filtraban el color y descubrían un código que se nos solicitaba al iniciar el juego. Había juegos que no se complicaban demasiado y le pedían al jugador que buscase una palabra específica del manual y, en según qué caso, directamente castigaban al jugador. La Abadía del Crimen pertenecía a este último grupo.
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