Se calcula que cerca de 300 personas han perdido la vida en el Everest, aunque la tasa de mortalidad ha disminuido significativamente en los últimos 20 años, debido a una mayor comprensión de cómo subir con seguridad la montaña y a las mejoras tecnológicas que se han producido en todos los ámbitos de la escalada: desde las prendas que llevan los montañeros hasta la equipación de ayuda (como bombonas de oxígeno) y, cómo no, las telecomunicaciones.
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