Era un día espléndido, con un sol salvaje y extraño que se colaba por la ventana del baño, el bote de pastillas había caído al suelo con un sonido hueco e insulso. En el espejo la imagen del desespero se fue emborronando mientras caía adormecida en un sueño artificial y el cielo se volvía negro. Andrea no sabía si lo que veía era real o no, cientos de palabras comenzaron a llover sobre su cuerpo mientras las intentaba coger con las manos para intentar formar una frase. La tormenta arreció y Andrea apenas podía escuchar la cantidad de palabras que le caían como gotas de lluvia aquella mañana oscura en el baño de su casa. Sólo una frase se repetía una y otra vez, como en una salmodia: “Vuelve a la vida, no ha llegado tu hora".