“…seréis condenados al castigo inverso. Tú, la oráculo mancillada, por permitir que tu mancha se extienda gruñirás en vano atada al obelisco perpetuo, achicharrada por la sabiduría del astro soberano. Tú, el rebautizado como traidor, serás confinado al agujero de la eterna luna nueva debajo del mismo obelisco. Estaréis cerca el uno del otro, separados por vuestros pecados. Que un nefasto sino os guíe a partir de este momento.”.
El monótono discurso del ejecutor finalizó descendiendo su brazo. Como prometieron, fui arrastrado hasta el agujero destapado en la roca. Una losa de piedra servía de entrada, y al igual que no supe cómo deslizaron aquella pesada materia para descubrir, tampoco supe cómo la movieron con aparente facilidad para encerrarme. La oscuridad convirtió mi realidad, atenuando con ello a mi conciencia. Pronto me agobié con mis propios pensamientos. Supe que más temprano que tarde acabaría ahogado por los mismos.
Escuché por arriba las protestas de mi amada mientras era atada. Su voz resultaba apagada y hueca, tan lejana por culpa del techo de roca. Qué par de traidores, lo que conllevaba a la satisfacción del que sabe que ha hecho lo correcto mediante llevar la contraria. ¿Por qué llamar traidor a quien obra según sus deseos? Es una manera de acusar —por desgracia, efectiva— de quien no está de acuerdo. Hay traidores en discusiones banales y en juegos, por no hablar de política…
Tan sólo deseábamos ver arder a todo nuestro mundo. De la responsabilidad de la destrucción crear algo nuevo. Pero no va a servir, una vez más nuestro interior acertó, la corazonada que asesina a uno mismo.
Nuestro país está comunicado por los templos de la sabiduría. Qué ambigua tal palabra en verdad. Los monjes del conocimiento penitente mantenían informados a los ciudadanos de cada noticia de interés, ya fuese útil o no. Pocos valoraban o se preguntaban qué sucesos eran en verdad de importancia, temiendo gracias a la deducción sobre que los hechos que más nos afectaban eran ocultados.
Un pequeño grupo secreto iba en contra del gobierno, con integrantes religiosos del mismo nivel que alguno de los gobernantes. Con tal cualidad, fue difícil mantenernos en las sombras, y fue cuestión de tiempo que comenzaran a cazarnos uno a uno. Fue por ello que decidimos arriesgarnos y lanzarnos a un plan final. Mereció la pena, así quiero engañarme, a pesar que la regeneración del gobierno es tan inminente como inevitable.
La sabiduría resulta en láminas que cubre la nación. Son paneles bellos, de reflejos nada molestos que impregnan cada esquina. Son transparentes, pero sabes que están ahí. Cuando una información considerada valiosa por el gobierno es lanzada, los paneles cambian a imágenes que transmiten a la mente la palabra. Cada día hay un salmo, y en la prisión en que me hallo voy a agradecer saltarme por primera vez esa misa tan hueca y monótona. Su cadencia hipnotiza, por lo que me sigue sorprendiendo que no todos los ciudadanos sean capaces de percatarse de ese detalle tan sospechoso.
El día de la rápida intervención, nos organizamos los tratados como rebeldes para repartirnos por los templos de la sabiduría. En cuanto cayó el primer templo, el resto tuvimos que reaccionar con rapidez para derribar los restantes. No todos lo consiguieron, sus almas ahora rondan fuera del cuerpo, pero en mi caso y en el de mi amada logramos hacer daño. Por eso quizá de esta condena.
Aquí en la oscuridad voy visualizando con facilidad ese día que ahora hasta me resulta lejano. El estallido, la bomba-paradigma colocada en el punto exacto, una nueva explosión, esta vez más significativa. Resultó hermoso ver el dogma arder, los paneles volando como pájaros moribundos produciendo una reacción en cadena, la llamarada como apoteosis del sueño cumplido. Qué breves son los sueños, pero mereció la pena ver todo un país en llamas…
Así es como deseo engañarme.
—Ojalá pudieses verlo, ¡es hermoso!
Escuché la voz de mi amada, la cual seguramente moriría primero, pero me esperaría allá donde la eternidad para que siguiese su mismo destino. Grité, pero dudé que me oyese, apenas tenía fuerzas para elevar la voz por culpa de la gratuita tortura recibida por el sumo pontífice. Ella siguió hablando como si me escuchase.
—El país, el mundo. Los paneles se regeneran, ¡pero se puede apreciar el mundo que hay debajo!
En mi oscuridad, con un degradado superiormente imaginativo para lo que me correspondía, comencé a visualizar. Intenté concebir qué veía mi amor, me esforcé de veras.
—Es hermoso —prosiguió ella—. Frente a mis ojos quemados por el sol está la verdad, no estábamos equivocados. Nada ha sido en vano.
Pero sí que había sido en vano. Lo sabía tras tanto enfrentarme a las mentiras diarias. Era inmune a la credulidad, y eso conlleva un precio. Sin embargo allí estaba, encerrado en un agujero bajo el pretexto de que la prisión permite a uno renacer, que la oscuridad brinda nuevos ojos a quien surge de ella si ha estado el tiempo suficiente. No tenía fuerzas para reaccionar de ningún modo, así que me centré en la visión de cómo es el mundo en realidad.
—Es hermoso…
Es hermoso.
La verdad nos hará libres. Otra mentira. Al menos nos transforma dentro de nuestra prisión individual.