—¡Pero no hay derecho!, ¡llevo cinco años trabajando en esto! —se quejó Murphy con un golpe en la mesa.
Normalmente prefería la prudencia cuando hablaba con el Director General, pero aquel día su cólera era tan grande que no le importaba que lo despidiesen o lo trasladaran a otro proyecto. Al de enfermedades tropicales por ejemplo, un departamento donde acaban todos los que tenían buenas ideas y ni un céntimo que ganar.
El Director General cruzó las manos encima de la mesa, armándose de paciencia. Apreciaa a Murphy y hasta admiraba en su fuero interno el entusiasmo con el que defendía su trabajo, pero no podía dejar traslucir aquellos sentimientos.
—Mire, Murphy: sé de sobra que el Outdepre ha superado todas las pruebas clínicas. Sé también que ha conseguido importantes mejorías en algunos pacientes con depresión crónica, y que puede ser empleado con éxito a nivel hospitalario. Pero no voy a gastar ni un céntimo de la compañía en publicitarlo. De hecho, pensamos comercializarlo...
—¿Comercializar? ¿Llama usted comercializar a despachar unas cuantas cajas a centros sanitarios, cuando podríamos vender millones en el mercado, como vende la competencia? Por mi parte, mi contrato especifica claramente...
El Director general alzó una mano.
—Su contrato dice claramente que se le abonará a usted un 1 % de los beneficios que produzca, pero no dice nada de que debamos suicidarnos todos para engrosar ese porcentaje. No abuse de mi paciencia.
Murphy se mordió los labios. Iba a decir algo más pero sabía que no valía la pena. El 1 % ded los beneficios significaba única y exclusivamente eso: un uno por ciento de lo que se ganara, sin obligación explícita de invertir más o menos en marketing, en desarrollo, ni en niguna de las otras fases del proceso productivo.
—¿Se me permitirá, de todos modos, intentar mejorar el producto?
El Director General alzó las cejas violentamente, como si hubiese visto un fantasma.
—¿Que si se le permitirá? ¿Pero qué me está preguntando? ¡Se lo ordeno personalmente!, ¡Póngase desde ya mismo a trabajar en las mejoras! ¡Y si alguien le encarga otra tarea que lo distraiga de esa labor dígale que venga a hablar conmigo!
El rostro de Murphy se dulcificó un tanto.
—Gracias, señor Director. Haré lo que pueda, pero tal vez podríamos ir empezando por...
—Usted mejore el producto y déjeme a mí la estrategia de comercialización.
El gesto con el que el Director General acompañó aquella frase dejaba bien claro que no le agradaría escuchar ni una palabra más. Bastante hacía ya con seguir invirtiendo en desarrollo en vez de sepultar el compuesto bajo cien toneladas de hormigón burocrático.
—Le pasaré un informe mensual sobre los avances —acató Murphy a modo de despedida.
—O semanal si consigue algo interesante. Buenas tardes.
Murphy salió del despacho arrastrando los restos malheridos de su dignidad.
El Director General se quitó las gafas, se frotó el puente de la nariz y volvió a colocárselas para releer el informe que amenazaba con abrasar su mesa. De hecho, le extrañaba que no hubiese empezado ya a salir humo de alguna parte.
“Outdepre. Antidepresivo de uso general. Indicado para todo tipo de procesos depresivos. Contraindicaciones: ninguna. Incompatibilidades: ninguna. Toxicidad: ninguna. Efectos secundarios: caspa, anorgasmia y halitosis.”
—No podemos anunciar esto, joder. No podemos —maldijo el Director General en voz alta, lamentando una vez más la oportunidad perdida.