Tenía yo entonces veintidós años. Decir eso es como afirmar que desde entonces ha llovido el Amazonas. Así, de golpe, como si un dios griego y cabrón te lo tirase encima con un caldero sin gritar aquello de "agua va". A lo bestia.
Una de las mayores sorpresas que por entonces me había llevado leyendo un periódico, y ya había tenido alguna, me aguardaba en la sección de cartelera. Y no fue ni por el título, ni por los intérpretes ni por nada parecido. Lo que me llamó la atención fue constatar que en varias salas X había sesión a las diez y media de la mañana. Creedlo. Los primeros años noventa, antes de internet, eran así.
Se supone que cascársela también tiene un horario, y las diez y media de la mañana me pareció una hora un tanto a desmano, si se me permite el chascarrillo oportunista. A pesar de que sólo leer tal cosa me produjo un ataque de pereza, semejante anuncio despertó en mí la curiosidad de saber cómo sería una de aquellas sesiones y qué clase de gente asistiría. Sociología para tíos que tienen que estudiar estadística y no les sale de los huevos. O investigación de campo para un escritor en ciernes, si sois benevolentes.
Decidido a incrementar mi colección de arquetipos aprovechables para futuros personajes, leí los títulos: “desde Rusia y por el culo”, “perineos arriesgados” y “el coño que se bifurca”. Tras sopesar los pros y los contras de cada una, decidí ofrendar mi sacrificio a Tolstoi y elegí la primera.
Eran aún las diez menos cuarto cuando salí de casa. Cogí el metro en Tribunal y me hice al revés la canción de Sabina, la del caballo de cartón: Tribunal, Gran Vía, Sol, Tirso de Molina.
A la puerta del cine no había nadie. Tampoco me esperaba una cola kilométrica, pero en cierto modo me desasosegaron aquellos diez minutos que pasé vigilando la taquilla sin que apareciese un alma.
Al final, saqué un billete y me acerqué al ventanuco, casi claraboya, donde sólo asomaba una mano que entregaba el ticket una vez había recogido el dinero.
La sala era oscura y desastrada, prematuramente vieja por la falta de mantenimiento. Me senté atrás del todo y conté siete cabezas delante de mí. Luego, con atención, pude ver que había otras dos.
A menudo, para encarecer el silencio de un lugar, se dice que es como el de una iglesia. Yo os puedo asegurar que no hay silencio como el de una sala porno a las diez de la mañana. No me pareció apropiado, pero me hubiera gustado ir a tocar una de aquellas calvas a ver si se movía o eran maniquíes colocados por la empresa para hacer más acogedor el local.
Cuando se apagaron las luces y se encendió la pantalla para los anuncios de rigor, se movieron un par de cuellos y salí de dudas: eran seres vivos. O robots, pero sin duda por encima del presupuesto de una sala como aquella,. Así que opté por la primera opción: la barata.
En cuanto a la película, pues poco hay que explicar. El guión resultaba un poco repetitivo, pero los actores se empleaban con ahínco. De todos modos yo no había ido allí a ver la película, así que traté de seguir los movimientos de los otros espectadores animado por un malsano empeño estadístico. Nada. Aunque anduve ojo avizor y oído afilado, no detecté más diligencia erótica que las de la pantalla.
Cuando por fin pasó la hora y media programada, se encendieron las luces. Para mí ese era el momento más importante de la mañana, pues estaba decidido a no levantarme de mi asiento hasta ver a los demás concurrentes.
El primero que se levantó me dejó boquiabierto. Era un anciano con bastón. Se caló una boina rural y salió despacio, a la máxima velocidad que le permitían sus piernas.
Luego salieron otros dos, viejos también, y luego otro, con la misma expresión dura en la mirada que si acabara de ver Apocalypse Now.
Iba a levantarme para no ver a los últimos, pero ellos se adelantaron: eran otros tres ancianos, demorados por el trabajo que les costaba ponerse los abrigos. Me acerqué a ayudar a uno de ellos. Me dio las gracias con sus ojos acuosos, sin atreverse a despegar los labios.
Entonces supe como nunca antes lo mala que es la vejez, lo mala que es la soledad.
Y salí a toda prisa.