A veces pienso que nos sucede lo que ocurrió en aquel barco en que viajaban siete marineros, fuertes y jóvenes, y un anciano reumático al que todos debían cuidar y atender a cada paso.
El viejo era una continua molestia y todos se quejaban de tener que sufrir sus achaques y su constante mal humor.
El viaje era lago y ya iban cortos de agua y provisiones, y escasos de fuerzas para remar, así que cuando un día el viejo amaneció muerto, simularon un par de oraciones y lo tiraron por la borda casi con alegría
—Ahora iremos más ligeros —dijo un marinero, después de la breve ceremonia.
—Diablos, sí, ¿pero a dónde? —respondió el capitán cayendo en la cuenta de que sólo el viejo lo sabía.