Al principio Dios creó el cielo y la Tierra.
Y quiso verlos brillar con brillo eterno, y la mirada del Señor se posó sobre el mundo recién nacido, que guardó en su seno el destello de los divinos ojos.
Vio Dios que la luz era buena y se prendó de ella, haciéndola reina del Universo, y por todas partes se extendieron los haces de aquella fuerza deslumbrante que prestaba nueva forma a todo lo creado, preparándose para alumbrar lo que aún estaba por venir, porque la luz bullía ansiosa de abrir los ojos a cuanto el Señor quisiera poner sobre el mundo.
Al segundo día, dijo Dios: reúnanse las aguas y formen el mayor de los espejos, y así quedó seca parte de la tierra, y la luz halló en las quietas aguas donde reflejarse, y se amaron mutuamente con un gran amor, pues los dos se miraban en quietud sin turbar el uno al otro.
Y dijo Dios: produzca la tierra vegetación y árboles grandes y pequeños que pueblen lo seco. Y al llamado de su palabra muchos millones de árboles se alinearon ordenadamente cubriendo el manto de la tierra, que los abrazó agradecida, recibiendo con deleite sus raíces. Así los tonos ocres se volvieron verdes, y el polvo reseco fue sustituido por la fragante frescura de la hierba, que crecía tierna y jugosa esperando a las bestias a las que habría de servir como alimento.
Al tercer día, quiso Dios crear las hogueras de los cielos, y el sol y las estrellas ardieron con poderoso fuego, calentando las aguas, las tierras y los árboles, y todos amaron aquel calor que les daba nueva vida, impulsando su savia, haciendo abrirse a sus flores y madurando sus semillas.
En el día cuarto Dios pobló los aires con pájaros multicolores de amables gorjeos, y sus alas se enseñorearon de la luz, tomando de ella su liviandad, y de ellos nació la música, delicada y dulce, que arrullaba al Creador en su morada.
En el quinto día, Dios creó innumerables criaturas diferentes para que poblaran las tierras y los mares. Todos los seres vivientes hallaron su lugar en la creación y reinó la armonía entre ellos, porque todos querían servir al Creador y a su magnífica obra. Y pronto se multiplicaron llenando las montañas, los desiertos, los prados, las campiñas y los bosques, y el bullicio de la vida animó hasta los últimos rincones, bendiciendo constantemente la mano de aquel que de la nada les dio forma y consistencia.
Llegado el sexto día, el señor quiso coronar su obra, y dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra.
Macho y hembra los creo, a su propia imagen y semejanza. Luego les dio el imperio y el poder sobre todo lo creado, porque habrían de ser los enviados de Dios en el mundo, los que rigieran el producto de su amor, y nada les sería ajeno de cuanto en la tierra hubiese.
Y los ángeles del Señor, en unánime regocijo, cantaron alabanzas sin número al sublime Hacedor del Universo, y sin excepción consagraron su existencia a llenar el orbe de bendiciones y bienaventuranzas.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había creado. Hizo germinar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y apetitosos para comer, y entre ellos estaba el árbol de la vida, en medio del jardín, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y el Señor Dios puso al hombre en el paraíso recién creado para que lo cultivara y lo guardase, y este mandamiento le dio: puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que lo hagas, ciertamente morirás.
Y así lo hizo el hombre, porque de nada le faltaba y el amor que sentía por su señor le impedía pensar siquiera en contrariarle. Y pasaron los años, y los siglos, y las criaturas se multiplicaron bendiciendo son su fertilidad al Hacedor. El hombre reinó sobre ellas desde el Edén y los ángeles multiplicaron sus alabanzas, entonando himnos de gloria.
Y vio Dios que todo aquello no era bueno. No podía ser bueno.
Uno a uno, retorció el cuello a sus ángeles, desplumó a las aves de los cielos y abrasó con su aliento los árboles hasta reducirlos a cenizas. Puso en movimiento al aire para que rompiera la quietud de las aguas, y desterró la luz de la mitad de sus dominios. Hizo hervir las aguas para acabar con todas las criaturas que en ellas moraban, y el cielo se llenó de nubes negras listas a engendrar poderosos rayos. Rasgó la tierra por innumerables partes para que de ella brotara el fuego y la desolación, y aplastó con su mano a todas las criaturas que la poblaban.
Después fue al Edén, donde halló al hombre y sus descendientes, perplejos por lo que habían visto, y también a todos dio muerte.
Y así, Dios, descansó. Este fue el séptimo día.
Luego, al principio, Dios creó el cielo y la tierra....