Sergei Korolsky es ruso, pero su nave lleva el emblema de la NASA y su traje espacial una bandera azul con estrellitas que no es de ningún país pero que de todos modos aporta por igual fondos para la misión y exigencias de todo tipo.
Hay más símbolos por ahí desparramados, cuidadosamente olvidados por el área visible para las cámaras, pero sus dueños dan menos la lata que los de la banderita azul: saben lo que les corresponde a cambio de lo que pusieron y no piden más.
Sergei piensa que seguramente se trabajaba más a gusto antes, cuando las misiones espaciales eran a veces secretas y las respaldaban naciones a menudo enfrentadas entre sí. Porque las naciones creen en cosas como el honor y el prestigio, y son capaces de pelear a muerte por recursos naturales o dominios estratégicos, pero en cambio no creen en conceptos como la imagen corporativa y no se ensañan con sus trabajadores por unos segundos más o menos de presencia ante las cámaras.
Korolsky es el primer ser humano en Marte. Se ha tragado un viaje de varios años, y otro que le queda para regresar, si es que regresa, porque no tiene muy claro que los cálculos se hayan hecho correctamente y la gravedad del planeta Marte no es moco de pavo. Seguro que son capaces de haberle enviado con sólo billete de ida para que construya la primera fase de la estación marciana, y luego que espere allí a que vayan a recogerle. O a que vayan a hacerle compañía.
Demasiada comida en el almacén. Demasiada agua. Lo van a dejar allí, los muy cabrones.
Pero eso ya se verá. Faltan todavía dos años para el momento del regreso. Hasta entonces, trabajar sin descanso en la construcción de la primera colonia y escribir el blog. La misión hay que financiarla, y hay que ilusionar a los humanos con la posibilidad de una emigración a Marte. Uno de sus principales trabajos es escribir un blog, una especie de diario en internet, donde explicar cómo se vive en Marte y publicar fotografías y vivencias.
Lo último que le dijeron es que tenía alrededor de dos mil quinientos millones de visitas diarias.
Dos mil quinientos millones. Menuda animalada. Y todos pendientes de lo que siente el primer hombre en Marte, de sus pequeñas vivencias e inquietudes, de los problemas cotidianos y los inconvenientes con los que no se contaba.
Tiene que caer simpático y hacer que la Humanidad se interese. Tiene que convertir la emigración en una posibilidad agradable, y hasta deseable. Tiene que satisfacer a toda esa gente, darles su ración diaria de mito y héroe, de exotismo y aventura.
Pero no se le ocurre nada. Se pone ante el teclado y no se le ocurre nda.
Vivir en Marte es como vivir en cualquier otro lado, porque te llevas contigo todo lo que eres. Y Korolsky es astrofísico, no escritor, y después de tres días se ha hartado de los amaneceres marcianos, y después de cuatro se siente como un pez en una escafandra, observado por millones de ojos, obligado a saludar con l mano.
Y no se le ocurre nada.
Dos mil quinientos millones de seres humanos miran a diario una pantalla en busca de sus experiencias, en busca quizás de apoyo o compañía, y el caso es que a él se la bufa, porque se siente solo, y la radio no le hace compañía, y el conocimiento cierto de que figurará en las enciclopedias del futuro ya no le parece recompensa, y la desconfianza de que no va a poder volver pesa más que toda la vanidad y todo el orgullo de ser precisamente él quien ha dado el gran paso para la Humanidad.
Se sienta ante el teclado y saluda al blog. Sabe que si dice algo inconveniente se lo censurarán. De pronto, sonríe: cree haber encontrado la salida: los días que no tenga nada que decir, basta con soltar impertinencias y ya se buscarán alguien allí abajo que escriba lo que no ha escrito él.
Sí. Eso es. Él ya está en esa mierda de pedrusco que tanto interesa a los humanos porque jodieron su propio planeta. Él ya ha cumplido su parte. La crónica que la escriba el que no ha hecho el viaje. Como siempre.
Empieza a escribir.
«Hoy estoy hasta los huevos. Trabajar a solas en un sitio donde no hay nadie más no hay quien lo aguante. El que espere encontrar una vida nueva en Marte que se venga acá con otro cerebro, porque no es posible cambiar nada si no cambiamos nosotros. Esto es una mierda, como cualquier agujero de Siberia o de Arizona. Esto es una puta mierda sin esperanza de encontrar una sonrisa en la camarera que te sirve una cerveza, o un buen cantante en una bar de carretera. Esto es la cagada sin esperanza y sin sorpresas. Creedme, amigos: no vale la pena ir a ninguna parte. Si lo que buscas no está a tu lado es que es un cepillo de dientes de modelo raro o alguna mamonada por el estilo. Si es importante, seguro que lo tienes a lado o no está en ninguna parte.
Por hoy, vale. En Marte también hay días chungos.»
—Ya está. Que escriban ahí abajo lo que quieran. —se dijo Korolsky.
Pero no le censuraron. Salió tal cual y la audiencia de su blog subió a tres mil millones.