Supongamos que en unos años llegamos a un régimen machista, opresor y totalitario. Supongamos que el amado líder, el que nos toque, decide que hay que aumentar la natalidad por razones patrióticas, para que no nos diluyan demográficamente los inmigrantes. Por ejemplo. Cualquier pretexto vale.
Supongamos que, a la fuerza, se recluye a un millón de mujeres mayores de treinta años, y menores de cuarenta y cinco, sin hijos, para obligarlas a cumplir con la patria. Y supongamos que en esos campos de internamiento se las embaraza a la fuerza. Tenemos, en un año, un millón de víctimas y un millón de niños (los gemelos por los malogrados).
Tras un año de espera, se repite la operación. Con las mismas mujeres, que aún no han sido liberadas, aunque algunas pueden haber sido sustituidas, por motivos diversos. Tenemos un millón de víctimas y dos millones de niños.
Se repite la espera y se repite la operación por tercera vez. Entre sustituídas y tal, tenemos un millón cien mil víctimas, tres millones de niños.
La cosa parece detenerse ahí. Sobre las consecuencias sociales de esto y lo que pasa a medio camino se pueden escribir tranquilamente cien páginas. O quinientas.
El caso es que quince años después de la última tanda, el gobierno despótico e hijoputa es finalmente derrocado. Se juzga a los responsables y se les ahorca sin excepción. Públicamente. En las farolas de los lugares donde ejercieron su poder.
Y ahora, dos preguntas:
-¿Qué hacemos con los niños? Porque hay tres millones de ciudadanos entre 16 y 21 años que son hijos de esta tropelía. Y será curioso escribir lo que opinan.
-¿Qué pasa cuando un juez dice que a las mujeres deben indemnizarlas los beneficiarios del delito? ¿Ponemos a los chavales a indemnizar a sus madres?
Cierre: se me ha ocurrido que se podría escribir una novela sobre esto, o quizás algún tipo de guión para una serie. ;-)
Aquí queda de balde, por si alguien se anima. A lo mejor, si este invierno no tengo otra cosa que hacer, me animo yo mismo.