Juan Benalúa 322 llegó a su puesto de trabajo como todos los días. Comenzó a repasar las tareas pendientes colocándose el casco que le producía tantos dolores de cabeza, posiblemente porque había perdido la calibración y nadie se molestaba en cambiarlo o repararlo. Veía mentalmente las órdenes de trabajo que estaban pendientes para ese día. LaborisAG678: Brazo inutilizado. LaborisHY878: Fallo de programa y posterior asesinato de sus dueños. IngeniusZ23: Fallo en sinapsis que había abierto en canal al paciente mientras lo operaba de apendicectomía. Así hasta un total de treinta y dos reparaciones pendientes para ese día. Con un pensamiento, se saltó los más aburridos y se fue directo a uno que le llamó la atención. Alfa7: Fallo indeterminado.
-¿Qué demonios es eso? -pensó a sabiendas de que el casco le devolvería la respuesta enciclopédica estándar.
-No tenemos ninguna entrada en la base central -respondió la voz con ese soniquete pedante y estúpido que algún gracioso había puesto para las respuestas mentales de la enciclopedia técnica.
Muy a su pesar, se conectó al casco de la supervisora de planta, esto le producía un intenso dolor de cabeza e intentaba evitar hacerlo si no era muy, pero que muy urgente comunicarse con ella.
-¿Qué es esto que tengo aquí pendiente? -No hacía falta explicar más ya que la supervisora veía exactamente lo que estaba repasando mentalmente Juan.
-Ni idea. Busca en las cajas a ver qué forma tiene o si tiene sello de lectura mental -respondió ella desconectando la conexión.
Juan se quitó el casco y cogió un bote de Sensofeliz, se tomó dos pastillas para que el dolor de cabeza remitiera. Al instante notó el efecto del producto, generó en la impresora un cleanoclean y se limpió el hilo de sangre que normalmente le salía de los oídos cada vez que se tomaba las pastillas para el dolor de cabeza.
En el almacén, estaban clasificadas las cajas por colores y por códigos de lectura que su ojo derecho leía automáticamente al cerrar el izquierdo.
-No. Este es el del brazo. No. Tampoco. No. Este no es -pensaba mientras repasaba contenedores de laboris defectuosos.
Hasta que encontró una caja de un metro cúbico aproximadamente, de color rojo y sin código de lectura. Ni siquiera tenía llavetáctil para abrirlo.
-Seguro que esto me lo han enviado por error, los de reparto cada vez funcionan peor. Claro, los señoritos diseñadores de inteligencia siempre mejorando lo que ya funciona bien -pensó mientras rodeaba la caja intentando descubrir cómo abrirla y ver su contenido.
El contenedor de polisinte no parecía pesar demasiado, así que se colocó de nuevo el casco y ordenó a la grúa del techo que colocara la caja sobre su banco de trabajo. Intentó conectarse al cubo rojo sin éxito. Y volvió a llamar a la supervisora, pero esta vez nadie devolvió la conexión. Se encogió de hombros y se dispuso a abrir la caja a las bravas. Llamó al láser de corte, le marcó mentalmente dónde quería que hiciera la apertura y… el láser no se puso en marcha. Volvió a dar la orden usando ahora el imperativo mental. Nada.
Cabreado, se quitó el casco y fue a por un máser de corte manual. Vio el brillo azulado de la hoja virtual y en ese instante el láser de corte se giró hacia él, apuntando directamente a su cara pero sin conectarse. Soltó el máser en el banco de trabajo y el láser volvió a la posición de espera.
Las puertas del almacén se abrieron de par en par y cuatro pacificadores armados hasta los dientes entraron apuntando a todo lo que se pudiera mover con sus guantes neuronales. Juan levantó las manos automáticamente sin llegar a articular palabra.
-Juan Benalúa 322, soy el pacificador 01.21.09 -dijo en tono monocorde el que se había acercado hasta él-, estoy asignado a su cuarentena. Mi obligación es protegerlo y evitar el contagio informativo, por favor, colabore. Cualquier resistencia, obstaculización, comentarios a terceros, recepción o envío de información en cualquiera de sus formas o cualquier otra actividad no recogida en la Ley de Protección Informativa, será sancionada en el instante mismo en que tenga lugar. Ahora, por favor, colóquese este casco para su propia seguridad.
Juan no se había fijado, todos traían colgado del cinto una especie de casquete negro. Nervioso y desconcertado se puso el casco que le cubría ojos y oídos. En cuanto lo tuvo colocado, una vibración y un ligero siseo le indicaron que se había activado algún cierre magnético, el casco se le pegó a la cabeza fijándose de tal modo que parecía pegado a su piel. Un pacificador lo cogió del brazo y comenzaron a andar, Juan ni oía ni veía nada. No se atrevía a pronunciar palabra. Llegado a un punto. Le ayudaron a sentarse en algún tipo de asiento sin brazos y se le indujo sueño forzoso.
Juan se despertó como cada mañana cuando el crono de llamada comenzó a mandar zumbidos a su oído interno. Tocaba levantarse y largarse al trabajo. Ese día llegó un minuto tarde a su puesto y le descontarían 60 eurobites de su paga semanal. Comenzó a repasar las tareas pendientes de ese día colocándose el casco y pensando que hoy le dolía la cabeza incluso antes de ponerse el maldito cacharro. Comenzó con la lista de órdenes de trabajo que estaban pendientes para ese día. LaborisAG678: Brazo inutilizado. LaborisAG678: Brazo inutilizado. LaborisHY878: Fallo de programa y posterior asesinato de sus dueños. IngeniusZ23: Fallo en sinapsis que había abierto en canal al paciente mientras lo operaba de apendicectomía. Así hasta un total de treinta y una reparaciones pendientes para ese día. Suspiró y comenzó con el primero de la lista, el más fácil, el brazo inutilizado. Sólo tenía que cambiarlo por otro y reconectar la inteligencia al nuevo modelo, quizás podría cambiarle los dos brazos y así se ahorraba tiempo de recalibración, pero pensó que no merecía la pena o le quitarían más eurobites por reparación no solicitada.
-¿Qué demonios hace el máser manual en el banco de trabajo? -pensó mientras lo colocaba en el estante corrspondiente-. Este maldito casco va a terminar por freirme el cerebro. Y tengo que comprarle algo a B-Jota, hoy es su aniversario de transformación. Le gustan los lactones, los venden en unas cajas rojas muy de su gusto. Una imagen fugaz cruzó su mente, la de una caja roja, la imagen fue borrada al instante por la inteligencia del casco mostrando los diagramas del brazo que tenía que cambiar.
-Hoy va a ser uno de esos días en los que el maldito casco no me deja tranquilo -maldijo pensando en otros regalos para B-Jota-. Mientras una palabra y un número parecían volver insistentemente a su mente para ser borradas al instante por el casco.
Juan volvió a mirar el máser, ahora ya en su estante, se quitó el casco y abrió el brazo que iba a cambiar al laboris, con mano temblorosa escribió con el dedograf en la parte interior de la rótula del codo, en un lugar inaccesible: Alfa Siete. Lo cerró con los tornillos magnéticos y se colocó el casco de nuevo para continuar con la reparación.