Decir que en política la verdad es una sustancia maleable no es decir demasiado. El sentir popular —y, a veces, con toda la razón— es que los políticos mienten. O que, en el mejor de los casos, al menos retuercen la realidad en la dirección en que soplan los votos. Pero las grandes mentiras no se encuentran en la cocina de encuestas, ni en la elección de unas cifras económicas, ni siquiera en culpar al vecino. Las grandes mentiras son aquellas que erosionan lo que la filósofa Hannah Arendt llamaba «el tejido de la factualidad».
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Sobre todo me ha llamado la atención una frase que dice: Creen a Trump antes que a su familia. España un país muy tradicional en algunas costumbres; creer en lo que dice un amigo es una competencia grande frente a tu familia. En España siempre te quedarás con tu familia por muchas faenas que te haya hecho, en contraste con los americanos cuyo tejido social es diferente ya… » ver todo el comentario
la moralal adoctrinamiento catolico que fomenta justo lo contrario: creer mentiras y aceptar sin rechistar para no pecar de codicia, soberbia, pereza u otra de las falacias que usan para manipularnos.Además de que es muy cierto el dicho:
Es más mucho más fácil engañar a alguien, que convencerle de que ha sido engañado.
La de redactar una ley, en el ministerio de justicia, sin una transitoria clara, es otra manera de quitarse socios incómodos
El bipartidismo tiene claro lo que les conviene.