Fulgencio Rasca me recibe en el cuarto de limpieza de El Celler de Can Roca, su centro de operaciones. Allí, rodeado de botellas de Fairy y esponjitas de aleación de carbono, estudia cómo limpiar los platos más elaborados que jamás hayan sido fagocitados. La suya, me confiesa el día antes por teléfono, es una labor invisible pero esencial, que solo los chefs más sensibles son capaces de reconocer. Y es que un plato de alta cocina requiere un soporte impoluto, un plato de blancura prístina...