Desde un buen principio, desde el 17 de abril de 1931, apenas tres días después de haber proclamado Francesc Macià la República catalana, Madrid inició el juego sucio; un juego sucio que, tal como se vio, no fue patrimonio de uno u otro gobierno. Era igual quien gobernaba en Madrid; tanto se daba si era un gobierno que se proclamaba de izquierdas como si se proclamaba de derechas. La deplorable y triste realidad era que Cataluña vio recortadas una y otra vez sus atribuciones de gobierno, con un Estatuto que nunca vio cumplido el traspaso.